13.5.09

Amigos en tiempos difíciles

Por: Abelardo Sánchez León

Cuando pasamos los 60 años tenemos otro tipo de aprendizaje: aprendemos a perder, a sentir que las cosas desaparecen o, peor aun, que han desaparecido ya en el horizonte. El aprendizaje más triste y doloroso, por inusitado, sin embargo, es la pérdida de la amistad; la convicción de que estaremos en nuestros últimos años de vida enfundados en nosotros mismos. Si uno pretende conservar la amistad debe decirlo todo. No puede andarse a medias aguas. No puede callar. No debe seguirle la cuerda al amigo. Esa es la fuerza de la amistad. Su arrastre a ras del cielo y de la ciénaga.

Juan Gonzalo Rose lo corrobora en un poema tardío. Él dice que el caso más estimable es el del bicho, “que más alumbra / cuanto más se muere”. En cambio, afirma desolado y contundente, que “el hombre / se opaca a pocos / y es mucho más obscuro / cuando dura”. Durar es un castigo, porque en el correr de los años aprendemos a separarnos de quienes más quisimos y descubrimos, incluso, que en el cuerpo que cobija al amigo habita otra persona, un ser completamente desconocido, alguien que no había asomado nunca y constatamos que por primera vez se comporta de manera distinta.

“Último encuentro”, la famosa novela de Sándor Márai, es una conversación entre dos amigos que se han distanciado hace muchísimos años. Ambos están viejos, sentados en el comedor, pero no se pueden morir sin habérselo dicho todo. Es un diálogo a fondo, escrito por alguien que tuvo que marcharse de su país, Hungría, en 1947 y radicar en Estados Unidos en un ostracismo absoluto, sin amigos, sin editores y sin dominar la lengua. Pero si hubo una amistad de verdad no se pueden ir a la tumba sin haberse aclarado las cosas.

Si algo sólido ha habido en el Perú es la amistad. Por ella hemos brindado en mil borracheras, convencidos de que con la amistad no se juega. Pero ante la crisis de valores que vive el Perú —impunidad, soberbia, endiosamiento, acomodos, olvidos premeditados, intereses creados— debemos mantener en alto la idea de amistad. No se trata de hacer un test. No se trata de probar quién está conmigo. Tampoco de decir como Leguía: “Para mis amigos todo, para mis enemigos la ley”. Hay que hacer un esfuerzo para que no pierda su sentido primigenio y comportarnos a la altura de sus exigencias.

EL COMERCIO

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