21.5.09

El sonido del silencio

Por: Beatriz Boza

Esta semana, los Jonas Brothers causaron revuelo, como en su momento lo hicieron Soda Stereo, REM, Iron Maiden o Kiss. El efecto mediático que logran estos grupos hace que “todo el mundo” quiera ser parte de la experiencia. Es que la música tiene un efecto muy poderoso en las personas. Es melodía, ritmo y armonía combinados, que producen deleite, conmueven nuestra más íntima sensibilidad. La música se siente sea alegre o tristemente, envuelve, emociona, conquista, llega al alma.

El poder de la música mueve masas libremente y, por eso, es histórica la tensión entre el poder y los músicos. Beethoven tarjó de la “Sinfonía Heroica” su dedicatoria a Napoleón. Franco censuró a Edith Piaf y a Sara Montiel. Aquí Velasco prohibió el concierto de Santana, en Chile torturaron y mataron a Víctor Jara y a Mercedes Sosa la detuvieron en Argentina. Sus cantos se susurraban, sus melodías se conocían, pero se les prohibía aparecer en público porque la sola experiencia de cada concierto desafiaba el poder.

Gozar de la música en vivo, como del teatro, es un privilegio que crea espacio público y permite que las emociones se puedan expresar en grupo. Requiere no solo que el músico domine la técnica sino que se involucre y se entregue en cada interpretación sin posibilidad de equivocación. Hacer música en vivo en orquesta es una doble responsabilidad: frente al conjunto de músicos que son profesionales y a la propia audiencia. Supone ser fiel al compositor, crear en el momento una nueva y única interpretación; es crear y recrear a la vez.

La música es la expresión artística de más fácil acceso para el ciudadano, llega a todos sin necesidad de entrenamiento para gozarla, pues, es primordialmente sensorial. Y dentro de las distintas variantes o corrientes musicales, la música clásica representa el máximo nivel de desarrollo donde la complejidad y la sencillez convergen en una expresión universal acerca de la condición humana.

Por eso es tan importante el papel que desempeñan nuestros músicos de la Orquesta Sinfónica Nacional. La majestuosidad de escuchar a más de 80 músicos, con instrumentos de todas las familias, interpretar al unísono una obra es una voz de peruanos que se expresa apasionadamente. Pero es una voz que nos cuesta oír. No vaya a ser que, como en la “Sinfonía de los Adioses” de F.J. Haydn, tengamos que esperar a que el último apague la luz para darnos cuenta de su valor.

EL COMERCIO

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