21.5.09

La hija del desbalance

EL FUJIMORISMO SIN KEIKO


Por: Fernando Vivas Periodista

Lo peor que pudo pasar con el fujimorismo es que continuara, tras la fuga de su líder, como si nada hubiera pasado, como si el arrepentimiento, la expiación y la redención correspondieran a cualquier otro grupo humano menos a él.

Esta suerte de enajenación de la conciencia histórica colectiva pudo evitarse. Al propio Fujimori le correspondía, una vez que se sintió seguro en Japón de la persecución judicial que se le venía, dictar el rompan filas. O pudo —me pongo en el pellejo de sus seguidores honestos— decretar un período de hibernación tras el cual otros fujimoristas, sin estar ligados a él por lazos de sangre o depender de su desbalance patrimonial, levantaran las banderas de todo lo bueno que hizo en su decenio. Ese es mi “wishful thinking” retrospectivo.

Pero eso no pasó. El fujimorismo continuó irredento y enajenado gracias a la testarudez de Fujimori, pero sobre todo gracias a que desde 1999 Keiko y un entorno de colaboradores civiles, en el que destacó el publicista Carlos Raffo, se hicieron de un espacio en Palacio, tomaron las riendas de la publicidad de la campaña del 2000 y, apenas vieron que el poder de Montesinos tambaleaba, difundieron un grandioso cuento chino: que todo, absolutamente todo lo corrupto y abusivo del régimen se debía al “Doc” y si el presidente no lo denunció fue por razones de gobernabilidad.

Y así, contra todo pronóstico y contra la moral política, el fujimorismo continuó sin siquiera hacer una pausa reflexiva. Los bienintencionados podían pensar que la épica frescura del cuento de Keiko se debía al afán de reivindicar al padre, pero ahora queda claro que la principal motivación era su propia carrera política. Algunos dirigentes fujimoristas lo han dicho entre líneas y Martha Chávez casi lo ha gritado.

Si la perversión de Montesinos llevó a Fujimori a la cima del poder, la desaforada ambición de Keiko apuró su caída hasta su purgatorio de la Dinoes. Tal es la fuerza de su pretensión que Keiko sigue hundiendo a su padre, al cargarle la responsabilidad de un desbalance que también es suyo y al silenciar a su familia (en su alegato de autodefensa Fujimori dijo que su legado político también recaía en Kenji). Tal es la obsesión presidencial de Keiko que al no poder replicar con argumentos contables las denuncias que se le hacen, no tendrá reparo en adoptar la pose del ofendido antisistema. Lo que no sería incongruente: Keiko está contra mi sistema de valores.


EL COMERCIO

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