A mí se me hace que el taxista del desarmador era un intérprete criollo de la barbarie que, en muchos sentidos, es Lima.
¿No es esta la ciudad del machismo punzocortante? ¿No es un riesgo de muerte subirse a un taxi en esta ciudad sin taxistas ni taxímetros? ¿No nos asaltan todos los días los que disponen de la hacienda pública? ¿No somos como la diligencia de Wells Fargo borrosa en la polvareda de un atraco?
Pero la prensa insiste en el taxista del desarmador y en su captura. Como si así nos aliviara. Como si así las mujeres de Lima se pudieran sentir menos amenazadas.
Este psicópata de poca monta no es sino la metáfora viva de lo que también somos: ciudad sin ley, territorio comanche.
Lo que pasa es que nos hemos acostumbrado a vivir en la cornisa de la barbaridad.
Y lo anormal nos parece de regla y la basura nos huele a rosas y el quemeimportismo es nuestra versión de la solidaridad.
Durante muchos años, la puta Lima me ha querido convencer de su acogedora belleza. Y si le hubiese hecho caso a muchos de mis colegas, me habría sumado a ese estado sonámbulo y querendón de los que dicen que Lima es una grande y hermosa ciudad.
Lima es una gran ciudad sólo si se la mira desde una celosía de Chabuca Granda. Lima es irresistible si se la juzga con la mirada huna de Castañeda Lossio.
Y claro que hay zonas bellas de Lima y miles de limeños en apuros que podrían ser considerados ciudadanos. Pero el limeño promedial es el que todo lo consiente menos faltarle a la madre. Y para llegar a ser ese limeño son necesarios un montón de requisitos:
-No respetar casi a nadie, excepto al miedo, al palo, a la tropa y a los Colina. Porque el limeño estadístico no ama ser gobernado sino mandado.
-Suponer que somos ingeniosos y muy creativos pensando en la Inca Kola y en un sánguche con barbas de cebolla.
-Sacarle la vuelta a todas las normas que pueden hacer la vida en común más llevadera.
-Tutear a los mozos y a las camareras.
-Si hay visita, no presentar jamás al personal de servicio.
-Robar cuanto se pueda y a quienes lo permitan.
-Convertir a los choferes de combi en paradigmas.
-Ver el noticiero de América Televisión y estar convencido de que esa pocilga de llantitos y cadáveres, de cadáveres y llantitos, refleja lo que pasa en el Perú y el mundo.
-Enterarse de las tramas literarias a través de “Mi novela favorita”.
-Creer que un vino tabernero tiene algún parentesco con la uva.
-Leer “Somos” de cabo a rabo.
-Escuchar radio “Capital” y creer que allí se ejerce la crítica al gobierno.
-Hablar en los cines.
-Callarse en clase.
-Ausentarse a la hora del coraje.
-Mandar anónimos.
-Despreciar lo andino porque nos recuerda el despojo primordial del que venimos.
-Decir que la reforma agraria fue una fatalidad y que Mariano Prado Heudebert fue un gran banquero y su hijito una víctima del destino.
-Remedar mentalmente al borborigmo.
-Simular una isquemia a la hora de recordar las deudas.
-Alabar la temeridad judicial y financiera de Genaro Delgado Parker.
-Envejecer viendo el cable mientras se cabecea.
-Adorar al locuaz.
-Creer que la ignorancia es un mérito de los que pueden apelar al apellido.
-Admirar al conquistador español, al gringo hegemónico y al chileno que puede volver en plan de Lynch en cualquier momento del futuro.
-Decir recatafila en vez de retahíla.
-Leer a Valenzuela sin orinarse de la risa.
-Desear a la mujer del prójimo sin decírselo ni a la mujer ni al prójimo.
-Esperar la “feria de octubre” y leer al marqués de Valero de Palma sin tener que tomar “Gravol”.
-Creer que la CGTP es una amenaza, el salario mínimo vital una exageración, Cipriani una bendición, la tecnocumbia música, la globalización panacea, el mal aliento ley, la hipocresía Dios, Gore Vidal desconozco, Miguel Hernández mayormente.
Y no sigo porque la lista es un inventario siempre abierto, un mundo complejo y vivo que se añade capas y muta y cambia de parecer y de gobiernos y nunca llueve sino que llovizna.
Frente a todo eso el taxista del desarmador no debería de alarmarnos. Es creación heroica de una ciudad sin policías y tomada por el vandalismo. Es el punto en la i “latina”. Es el personaje de una historia que lo necesitaba para estar completa y redonda. Lima: un modelo para desarmar.
cesar h.
¿No es esta la ciudad del machismo punzocortante? ¿No es un riesgo de muerte subirse a un taxi en esta ciudad sin taxistas ni taxímetros? ¿No nos asaltan todos los días los que disponen de la hacienda pública? ¿No somos como la diligencia de Wells Fargo borrosa en la polvareda de un atraco?
Pero la prensa insiste en el taxista del desarmador y en su captura. Como si así nos aliviara. Como si así las mujeres de Lima se pudieran sentir menos amenazadas.
Este psicópata de poca monta no es sino la metáfora viva de lo que también somos: ciudad sin ley, territorio comanche.
Lo que pasa es que nos hemos acostumbrado a vivir en la cornisa de la barbaridad.
Y lo anormal nos parece de regla y la basura nos huele a rosas y el quemeimportismo es nuestra versión de la solidaridad.
Durante muchos años, la puta Lima me ha querido convencer de su acogedora belleza. Y si le hubiese hecho caso a muchos de mis colegas, me habría sumado a ese estado sonámbulo y querendón de los que dicen que Lima es una grande y hermosa ciudad.
Lima es una gran ciudad sólo si se la mira desde una celosía de Chabuca Granda. Lima es irresistible si se la juzga con la mirada huna de Castañeda Lossio.
Y claro que hay zonas bellas de Lima y miles de limeños en apuros que podrían ser considerados ciudadanos. Pero el limeño promedial es el que todo lo consiente menos faltarle a la madre. Y para llegar a ser ese limeño son necesarios un montón de requisitos:
-No respetar casi a nadie, excepto al miedo, al palo, a la tropa y a los Colina. Porque el limeño estadístico no ama ser gobernado sino mandado.
-Suponer que somos ingeniosos y muy creativos pensando en la Inca Kola y en un sánguche con barbas de cebolla.
-Sacarle la vuelta a todas las normas que pueden hacer la vida en común más llevadera.
-Tutear a los mozos y a las camareras.
-Si hay visita, no presentar jamás al personal de servicio.
-Robar cuanto se pueda y a quienes lo permitan.
-Convertir a los choferes de combi en paradigmas.
-Ver el noticiero de América Televisión y estar convencido de que esa pocilga de llantitos y cadáveres, de cadáveres y llantitos, refleja lo que pasa en el Perú y el mundo.
-Enterarse de las tramas literarias a través de “Mi novela favorita”.
-Creer que un vino tabernero tiene algún parentesco con la uva.
-Leer “Somos” de cabo a rabo.
-Escuchar radio “Capital” y creer que allí se ejerce la crítica al gobierno.
-Hablar en los cines.
-Callarse en clase.
-Ausentarse a la hora del coraje.
-Mandar anónimos.
-Despreciar lo andino porque nos recuerda el despojo primordial del que venimos.
-Decir que la reforma agraria fue una fatalidad y que Mariano Prado Heudebert fue un gran banquero y su hijito una víctima del destino.
-Remedar mentalmente al borborigmo.
-Simular una isquemia a la hora de recordar las deudas.
-Alabar la temeridad judicial y financiera de Genaro Delgado Parker.
-Envejecer viendo el cable mientras se cabecea.
-Adorar al locuaz.
-Creer que la ignorancia es un mérito de los que pueden apelar al apellido.
-Admirar al conquistador español, al gringo hegemónico y al chileno que puede volver en plan de Lynch en cualquier momento del futuro.
-Decir recatafila en vez de retahíla.
-Leer a Valenzuela sin orinarse de la risa.
-Desear a la mujer del prójimo sin decírselo ni a la mujer ni al prójimo.
-Esperar la “feria de octubre” y leer al marqués de Valero de Palma sin tener que tomar “Gravol”.
-Creer que la CGTP es una amenaza, el salario mínimo vital una exageración, Cipriani una bendición, la tecnocumbia música, la globalización panacea, el mal aliento ley, la hipocresía Dios, Gore Vidal desconozco, Miguel Hernández mayormente.
Y no sigo porque la lista es un inventario siempre abierto, un mundo complejo y vivo que se añade capas y muta y cambia de parecer y de gobiernos y nunca llueve sino que llovizna.
Frente a todo eso el taxista del desarmador no debería de alarmarnos. Es creación heroica de una ciudad sin policías y tomada por el vandalismo. Es el punto en la i “latina”. Es el personaje de una historia que lo necesitaba para estar completa y redonda. Lima: un modelo para desarmar.
cesar h.
No hay comentarios:
Publicar un comentario