Lao-tsé, el filósofo chino, escribió cinco siglos antes de Cristo: “Un hombre y un niño son dos seres. Una madre y un niño son un solo ser”.
También César Vallejo señaló en un poema los matices distintos del padre y la madre. Grave, augusto, el primero; tan “suave, tan salida, tan amor”, la autora de sus días y sus noches.
Siempre he sentido cuán delicado y hondo es el cariño de la madre. En el dúo de las voces hogareñas, por algo la de la madre, esa voz que arrulla, que entona la canción de cuna, que aconseja, que guía, que consuela, es la más dulce.
Soy huérfano de madre desde los siete años de edad, de modo tal que mi memoria cultivó esa imagen y esa melodía.
Por supuesto que hay muchos tipos sociales de madres. Madre no hay, en ese sentido, una sola. Derek Walcott, el genial poeta mulato de la isla caribeña de Santa Lucía (Premio Nobel de Literatura 1992), escribió que el poeta “es un enamorado de la naturaleza, a pesar de la historia”. La madre es madre contra viento y marea. Por mandato de la naturaleza y el corazón.
En el Perú, como muestra esta edición, las madres del pueblo viven en un ambiente hostil, sin los amparos elementales que sociedades más civilizadas ofrecen. Si son trabajadoras, padecen igual o más que el varón, las malas condiciones de trabajo y de salario.
Sin embargo, saben enfrentar las dificultades y proteger y educar a sus hijos, pese, a veces, al abandono de sus parejas. Acá, en la vida cotidiana de la ciudad y el campo, en los cerros, en los antiguos callejones y los pueblos jóvenes, en las aldeas, hay millones de Madres Coraje.
“¿Qué podemos saber las mujeres sino filosofías de cocina?”, interrogó Sor Juana Inés de la Cruz, la asombrosa poeta mexicana del siglo XVII. En esa época, estaba prohibido a las mujeres escribir. Hoy, en el siglo XXI, han caído muchas barreras educativas y profesionales que cerraban el paso a las mujeres. Pero ellas, y en particular las madres, son todavía víctimas de la desigualdad, la marginación y la violencia.
Arthur Schopenhauer, el alemán que desdeñaba a las mujeres quizá porque las mujeres lo desdeñaban a él, escribió que ellas eran seres de cabellos largos e ideas cortas. Ahora, con tantos pelucones en las calles, el prejuicio se ha quedado calvo.
En su ensayo sobre las mujeres, el filósofo del pesimismo voluntarioso, expuso: “Las mujeres son adecuadas para ser enfermeras y maestras de nuestra niñez más temprana, precisamente porque ellas mismas son pueriles, bobas y miopes”.
No se percató Schopenhauer de que las mujeres, por el hecho de ser madres en acto o en potencia, saben descender las gradas del afecto hasta el nivel ingenuo del amor. Lo definió nuestro Carlos Oquendo de Amat, en su poema Madre: “Un cielo muere en tus brazos y otro nace en tu ternura”.
la primera
También César Vallejo señaló en un poema los matices distintos del padre y la madre. Grave, augusto, el primero; tan “suave, tan salida, tan amor”, la autora de sus días y sus noches.
Siempre he sentido cuán delicado y hondo es el cariño de la madre. En el dúo de las voces hogareñas, por algo la de la madre, esa voz que arrulla, que entona la canción de cuna, que aconseja, que guía, que consuela, es la más dulce.
Soy huérfano de madre desde los siete años de edad, de modo tal que mi memoria cultivó esa imagen y esa melodía.
Por supuesto que hay muchos tipos sociales de madres. Madre no hay, en ese sentido, una sola. Derek Walcott, el genial poeta mulato de la isla caribeña de Santa Lucía (Premio Nobel de Literatura 1992), escribió que el poeta “es un enamorado de la naturaleza, a pesar de la historia”. La madre es madre contra viento y marea. Por mandato de la naturaleza y el corazón.
En el Perú, como muestra esta edición, las madres del pueblo viven en un ambiente hostil, sin los amparos elementales que sociedades más civilizadas ofrecen. Si son trabajadoras, padecen igual o más que el varón, las malas condiciones de trabajo y de salario.
Sin embargo, saben enfrentar las dificultades y proteger y educar a sus hijos, pese, a veces, al abandono de sus parejas. Acá, en la vida cotidiana de la ciudad y el campo, en los cerros, en los antiguos callejones y los pueblos jóvenes, en las aldeas, hay millones de Madres Coraje.
“¿Qué podemos saber las mujeres sino filosofías de cocina?”, interrogó Sor Juana Inés de la Cruz, la asombrosa poeta mexicana del siglo XVII. En esa época, estaba prohibido a las mujeres escribir. Hoy, en el siglo XXI, han caído muchas barreras educativas y profesionales que cerraban el paso a las mujeres. Pero ellas, y en particular las madres, son todavía víctimas de la desigualdad, la marginación y la violencia.
Arthur Schopenhauer, el alemán que desdeñaba a las mujeres quizá porque las mujeres lo desdeñaban a él, escribió que ellas eran seres de cabellos largos e ideas cortas. Ahora, con tantos pelucones en las calles, el prejuicio se ha quedado calvo.
En su ensayo sobre las mujeres, el filósofo del pesimismo voluntarioso, expuso: “Las mujeres son adecuadas para ser enfermeras y maestras de nuestra niñez más temprana, precisamente porque ellas mismas son pueriles, bobas y miopes”.
No se percató Schopenhauer de que las mujeres, por el hecho de ser madres en acto o en potencia, saben descender las gradas del afecto hasta el nivel ingenuo del amor. Lo definió nuestro Carlos Oquendo de Amat, en su poema Madre: “Un cielo muere en tus brazos y otro nace en tu ternura”.
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