Por: Richard Webb
La culpa la tiene Gastón: se demoró mucho en instruir al mundo en el arte de la cocina. Es que la regla de oro culinaria la resume el dicho “bueno es culantro, pero no tanto”, precepto que rige para cada ingrediente, pero que también es válido para otros aspectos de la vida.
En la economía, por ejemplo, hoy sufrimos un descalabro mundial por culpa, precisamente, de la aplicación en exceso de un ingrediente: el crédito.
El crédito no es un mal en sí mismo. Al contrario, ha contribuido poderosamente al progreso económico.
Su accionar es análogo al del transporte moderno: los vehículos y los caminos vencen el obstáculo de la distancia; el crédito vence el obstáculo del tiempo. Gracias al crédito, el productor siembra en el día más propicio para una buena cosecha, sin esperar a tener la caja para comprar semilla, y el ama de casa puede reparar un caño roto sin esperar el pago de la quincena. El tiempo es oro y por eso mismo el crédito crea bienestar.
¡Pero no tanto! Nunca se había dado una masificación del crédito como en los últimos años. Es verdad que mientras más arroz hay en la olla, más sal se requiere. Sin embargo, desde hace diez años, por cada dólar adicional de producción en Estados Unidos se crearon siete dólares adicionales de crédito. Los británicos se excedieron aun más. Se perdió el sentido de las proporciones.
Detrás del exceso crediticio hubo un exceso de técnica. Se puso de lado el sentido común y la ciencia monetaria pasó a ser una rama de matemáticas abstrusas que solo eran entendidas por algunos Premios Nobel, y ciertamente no por los directores de bancos ni los reguladores.
El crédito abundante se traducía en dinero en el bolsillo, una dulce sensación que tranquilizaba y apagaba las dudas. Llegaron teóricos para decir que el acceso al crédito era la llave secreta para vencer la pobreza, y que la sofisticación moderna impediría que se repitieran las crisis pasadas. Antes de su nombramiento como secretario de Tesoro de los Estados Unidos, Timothy Geithner afirmó que los amortiguadores de los mercados monetarios eran robustos y más fuertes que nunca. Meses más tarde, se descubrió que la tal solidez era la de una burbuja.
En cocina y en economía los entusiasmos son una amenaza. Seducen porque la primera sensación es buena, pero llevan a excesos.
Como dicen los chinos, la miel es dulce pero la abeja pica
EL COMECIO
La culpa la tiene Gastón: se demoró mucho en instruir al mundo en el arte de la cocina. Es que la regla de oro culinaria la resume el dicho “bueno es culantro, pero no tanto”, precepto que rige para cada ingrediente, pero que también es válido para otros aspectos de la vida.
En la economía, por ejemplo, hoy sufrimos un descalabro mundial por culpa, precisamente, de la aplicación en exceso de un ingrediente: el crédito.
El crédito no es un mal en sí mismo. Al contrario, ha contribuido poderosamente al progreso económico.
Su accionar es análogo al del transporte moderno: los vehículos y los caminos vencen el obstáculo de la distancia; el crédito vence el obstáculo del tiempo. Gracias al crédito, el productor siembra en el día más propicio para una buena cosecha, sin esperar a tener la caja para comprar semilla, y el ama de casa puede reparar un caño roto sin esperar el pago de la quincena. El tiempo es oro y por eso mismo el crédito crea bienestar.
¡Pero no tanto! Nunca se había dado una masificación del crédito como en los últimos años. Es verdad que mientras más arroz hay en la olla, más sal se requiere. Sin embargo, desde hace diez años, por cada dólar adicional de producción en Estados Unidos se crearon siete dólares adicionales de crédito. Los británicos se excedieron aun más. Se perdió el sentido de las proporciones.
Detrás del exceso crediticio hubo un exceso de técnica. Se puso de lado el sentido común y la ciencia monetaria pasó a ser una rama de matemáticas abstrusas que solo eran entendidas por algunos Premios Nobel, y ciertamente no por los directores de bancos ni los reguladores.
El crédito abundante se traducía en dinero en el bolsillo, una dulce sensación que tranquilizaba y apagaba las dudas. Llegaron teóricos para decir que el acceso al crédito era la llave secreta para vencer la pobreza, y que la sofisticación moderna impediría que se repitieran las crisis pasadas. Antes de su nombramiento como secretario de Tesoro de los Estados Unidos, Timothy Geithner afirmó que los amortiguadores de los mercados monetarios eran robustos y más fuertes que nunca. Meses más tarde, se descubrió que la tal solidez era la de una burbuja.
En cocina y en economía los entusiasmos son una amenaza. Seducen porque la primera sensación es buena, pero llevan a excesos.
Como dicen los chinos, la miel es dulce pero la abeja pica
EL COMECIO
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