28.10.09

El nadador melómano

Por: Abelardo Sánchez León

Augusto Ferrero Costa es, para mí, un nadador y un melómano. Sé que es un versado e importante abogado, pero yo prefiero recordarlo con su trusa en la piscina de Walter Ledgard o conversando con Gonzalo Seminario, aquel muchacho sensible e inteligente, el recordado hermano menor de Arturo, que distinguía a los directores de orquesta a los trece años de edad, solamente escuchando los discos. Debe haber, estoy seguro, numerosos vínculos entre el agua tersa de una piscina y las notas musicales, pues creo que ambos invitan a imaginar mundos deleznables y a perfeccionar nuestro estilo.

El estilo es una constante de Augusto Ferrero, un especialista en el estilo espalda. Llegó tarde a las piscinas, a los quince años, y nunca tuvo detrás de él la presión de un padre angustiado por los triunfos. Lo recuerdo en esa posición incómoda, con el sol en la cara, evitando que el agua lo perturbara entre cada brazada. La piscina es aún su hábitat. Apenas puede se sumerge durante dos horas en ese ir y venir que tiene la musicalidad de una sinfonía.

Hace muchísimos años, en la casa de Arturo Seminario, se armaban unas discusiones intensas sobre diversos temas, acicateados, sobre todo, por su padre, un hombre eminentemente político. Las únicas veces que Augusto Ferrero hacía oír su voz era cuando se hablaba de música, de música clásica, su gran pasión. Esa pasión viene de su adolescencia y lo revelaba como un nadador intelectual, ensimismado, sumergido no solamente en el agua sino en la música, en ese maravilloso silencio que significa oír el constante chapoteo de cada una de las brazadas.

Augusto es ahora un nadador máster y un promotor de veladas musicales. No compite en los torneos, y no lo quiere hacer por razones de estilo: sencillamente no tiene la edad de tratar de vencer. Pienso que su actitud es leal a su afición por la música, esa atmósfera gratuita de bienestar que genera un concierto o una sinfonía. Conoce la música y a los músicos, el ambiente histórico en el cual se desenvolvieron, diversas anécdotas, y uno, cuando lee sus ensayos, aprende con palabras lo que intuye en las notas musicales. Por eso me parece extraordinario que los haya publicado en un hermoso libro titulado “La música, contexto y pretexto en la historia”, edición de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas de Madrid, recordándonos que oír es un placer.

EL COMERCIO

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