26.10.09

Los topos y los infiltrados

Por Augusto Álvarez Rodrich
alvarezrodrich@larepublica.com.pe

El Perú sigue siendo el reino de la mermelada.

El reportaje que El Comercio publicó ayer sobre conexiones indebidas del ex presidente de Petroperú César Gutiérrez constituye un magnífico aporte a la revelación de la manera como en verdad funcionan muchos círculos de poder e influencia en el país que son dirigidos por personas que se exhiben como defensores del interés común cuando su preocupación solo es su billetera.
El reportaje apunta a “negociados incompatibles a través de operaciones simuladas y acciones trianguladas que hasta ahora permanecían ocultas”, para los cuales Gutiérrez habría recurrido a firmas de asesoría empresarial y relaciones públicas.

Ahí se alude a pagos encubiertos de empresas privadas a determinadas personas para que estas las favorecieran a través de una variedad de modalidades que van desde la compra de decisiones de funcionarios u otro tipo de ‘profesionales’.

Al margen de la explicación que ofrecerán los denunciados en este caso, lo cierto es que esta manera sucia de proceder es pan de cada día en el Perú y enloda la decencia indispensable de cualquier actividad. Es un problema profundo del ‘gato por liebre’ donde algunas personas dicen que son lo que en realidad no son, y cobran por lo que hacen cuando esto es algo muy diferente de lo que se supone o todos creen que debe hacer.

Por ejemplo, el periodista o comentarista que cobra por lo bajo y/o a través de terceros a algunas empresas para hacerles publicidad encubierta (mucho más efectiva que la regular). O el abogado que se presente como ‘independiente’ al opinar de un tema en el que ha sido contratado por una de las partes para fortalecer su posición ante la opinión pública.

O el consultor empresarial que opina como si le preocupara ‘el interés de la sociedad’ cuando este no es otro que el de la sociedad comercial que lo contrató. O el ministro que decide pensando en el cliente que lo va a contratar cuando deje el cargo.

O el congresista que se vendió a una causa desde el momento en que postuló. O el amigo presidencial que funge de asesor pero actúa como tramitador de directorios empresariales. O el intelectual que escribe con mucha pompa cuando solo está promoviendo los proyectos de los que le pagaron por eso.

Los conflictos de interés pueden aparecer en la vida de cualquier profesional. La diferencia entre los decentes y los inmorales radica en cómo los enfrentan. Los primeros, lo hacen con integridad y absteniéndose de participar en el tema; los segundos, los convierten en su modus vivendi. Y las empresas que los contratan son tan delincuentes como estos topos e infiltrados.

LA REPUBLICA

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