16.10.09

Maradona

César Hildebrandt

Cuando Maradona pateaba (y anotaba) con las manos y se jactaba de ello como cualquier compadrito de bulín, ya estaba claro de que se trataba de un hombre que jamás podría decolar del barro que lo vio nacer.

Y cuando fletó un Jumbo 747 para que sus amigos asistieran a su boda europea, realizada en un simulacro de castillo y en medio de forzudos que reventaban los Armani recién comprados, se vio nítidamente que el dinero fácil lo había convertido en un clon de mafioso siciliano adoptado por Toto Riina.

Años más tarde, después de dispararle perdigones a la prensa que lo acosaba, se exhibiría, junto a su manager y en un hotel de segunda, en toda su dimensión de cocainómano prodigioso y sonámbulo. Muchos, entonces, se explicaron por qué le tenía terror al descarte del dopping cuando jugaba en el Nápoles y por qué, alguna vez, su muestra de orina arrojó tanta urea como trazos de noches locas.

Maradona les dio la razón a los fatalistas y a los deterministas primarios, aquellos que piensan, injustamente, que nadie puede derrotar el destino marcado por la infancia. El gran futbolista tramposo y pendenciero fue un niño pobre que terminó siendo un pobre hombre.

Lo que anteanoche hizo Maradona no debe sorprender a nadie. Quienes esperaban de él algo de calma y un poco de grandeza parecían no entender nada: si la FIFA es una corporación viciosa, la AFA –la Asociación de Fútbol Argentino- es una pandilla que, en homenaje a muchos de los políticos que han gobernado tan entrañable nación, despilfarra recursos y talentos y siempre está en quiebra y a punto de reorganizarse. Digamos que allá nuestro Burga, que se reputa espabilado, sólo le cargaría el maletín a Julio Grondona.

Para la AFA, que acaba de asociarse otra vez al peronismo recursero de la señora Kirchner con eso del “fútbol gratis para el pueblo” –lo que ha significado 170 millones de dólares salidos del tesoro público para las arcas de los clubes-, Maradona era el técnico ideal: la prensa no se atrevería con él y las barras bravas de las villas-miseria lo blindarían por si acaso. Y la AFA se escudaría en su leyenda.

Pero la AFA se equivocó. La prensa hizo trizas a ese advenedizo que casi logra la hazaña de no clasificar a un equipo donde juegan algunos de los mejores jugadores del mundo.

Y como la prensa cumplió su tarea, la venganza barriobajera de Maradona fue pedir en público, luego de la azarosa clasificación, que quienes lo habían criticado le hicieran una felación. Lo que terminó de demostrar que Maradona es, literalmente, pura boca.

Más allá de lo que el psicoanálisis pueda decir al respecto, esta revancha oral redondea una biografía que ha conocido la gloria, el dinero, la idolatría, las más diversas ambigüedades, la ruina, la estupidez en casi todas sus variantes y ahora, por último, la navaja bajo el farol de una esquina rosada.

Para ser un gran deportista también hay que ser una buena persona. El pobre Maradona jamás lo entenderá. Él cree que la verborrea es lucidez y que las groserías de la estiba acentúan sus rasgos masculinos. También cree que vencer a la selección inglesa con un gol con la mano rehace la vergonzosa historia de las islas Malvinas.

Maradona es Menem vestidito de corto.

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