18.2.09

Cuidado con la profecía autocumplida

El Perú atraviesa por un buen momento económico a pesar de los estertores de la crisis internacional financiera que ha golpeado a la mayoría de los vecinos latinoamericanos. Las estadísticas del INEI corroboran que el PBI alcanzó en el 2008 su récord en los últimos catorce años (9,84%), una tasa que cierra un ciclo expansivo positivo y alentador que, sin embargo, no debe implicar dormirnos en nuestros laureles.

Ante este panorama, no podemos detener el ritmo en la ejecución de proyectos necesarios para que la economía crezca dentro de las metas aceptables y previstas. La receta es conocida: más inversión pública y aliento para la privada, por ejemplo, simplificando el pago de impuestos a cambio del financiamiento de obras; reducción y eliminación de trabas burocráticas, sin relajar los mecanismos de control; y mayor competitividad.

Respecto a estas medidas, se han dado avances importantes que han permitido que el aterrizaje de la economía no tenga contratiempos, en parte por la buena disposición mostrada por los agentes económicos que han entendido e internalizado las circunstancias que vivimos. Los gremios empresariales han presentado propuestas que han sido recogidas por el Gobierno, mientras la propia CGTP ha aceptado participar en mesas de solución de conflictos para llegar a soluciones consensuadas sobre los despidos que ya está acarreando la crisis económica en algunos sectores.

Dicho esto, sin embargo, debemos reconocer que el análisis más social de la economía peruana indica que no habría una razón real para que nuestro país esté en crisis. Más del 60% del quehacer económico y financiero es informal, razón por la cual los coletazos de la coyuntura internacional afectarían más a sectores globalizados, como el minero, el textil, entre otros segmentos productivos. No obstante, existen muchos otros que no están interrelacionados directamente con el entorno externo y no deberían sentir la contingencia.

Por ello, desde una visión macro y nacional, deberíamos preguntarnos por qué hablar solo de crisis y no enfatizar más bien en la necesidad de formularnos un concepto innovador de nuevo ciclo económico. No podemos negar la contracción global, pero eso mismo debería obligarnos a transitar en otro terreno: el de hallar una oportunidad para corregir rumbos y sanear los aparatos productivos y financieros, a fin de aprovechar nuevos puntos de partida. Sobre esto mismo debemos anotar que en esta imagen de la crisis hay un componente psicológico que nos está llevando a reproducir una cadena de miedo, de especulación y desconfianza que si bien ha comenzado en el exterior no debería tener mayor asidero en el Perú.

Necesitamos construir una nueva cadena de valor que integre el optimismo y la confianza de los agentes productivos, públicos y privados, así como la eficiencia de los planes anticíclicos.

Y la clave para que esta cadena de valor funcione radica en nuevos liderazgos, claros, viables, serenos y a la vez enérgicos. Solo así evitaremos que se cumpla en el Perú la profecía de la crisis y la debacle producto de la falta de valor y de visión de sus dirigentes y fuerzas vivas.

EL COMERCIO

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