26.2.09

El Mincetur y Máncora

Mientras paseaba por Máncora, me preguntaba por qué ésta no podía ser algo así como la australiana Cairns, un balneario tropical de similares características (turismo surferito, ecologista y de aventuras) y dimensiones respecto de nuestro pueblo piurano. Cairns viene a ser como el pequeño Miami/Hawái de los aussies, japoneses y kiwis, un lugar no tan pretencioso y rico como éstos, pero limpio, cumplidor y acogedor. Porque de lo que observé, Máncora no sólo atrae a peruanos.

Estaba repleto de ecuatorianos (por las largas fiestas de carnaval que

allá disfrutan, además de que el Perú les resulta barato al tener ellos sus ingresos en dólares), amén de yanquis, europeos y otros sudamericanos.

Pero no, el pueblo de Máncora agobia por la Panamericana Norte que la corta a la mala por el medio, lleno de bocinazos, nubes continuas de polvo entre tanto calor, suciedad (lamentablemente, el peruano promedio es bastante cochino y que no lo excusen con la pobreza. Todo el rato he visto buses y peatones que ensucian), salvajes o torpes manejando por allí y las benditas mototaxis zumbando. Me preguntaba por qué Meche Aráoz se dedicaba tanto al comercio exterior y no mira un poco más su cartera de Turismo. Me inquiría que si era evidente que Máncora es un punto de desarrollo turístico tan exitoso, por qué entonces Aráoz no se daba una vueltita, anotaba lo que se podía corregir rápidamente, se ponía a coordinar con el alcalde (o el presidente regional, que además es aprista, aunque es más inútil que eunuco en harén sin sultán), le sacaba un poco de plata a Carranza con esto de las inversiones en obras para enfrentar a la crisis externa y se comenzaba por algo tan sencillo como ponerle veredas decentes a Máncora, por lo menos a los costados de la Panamericana para comenzar. Que cuide a sus gallinas de oro.

Asfaltar no es faena titánica. Da vergüenza entrar a las vías paralelas o a los alojamientos turísticos de Las Pocitas y de Vichayito y encontrarse con caminos terrosos e inmundos, que contrastan con el tremendo esfuerzo privado de haber a la vera construido albergues y hoteles de primera para los turistas. El celebérrimo Punta Sal también tiene unas vías internas que son un asco. El ordenado Huanchaco es Cannes o Marbella al lado de Máncora y Punta Sal. Es que tal parece que es un fenómeno muy peruano ver tierra con lujo. La gente paga locuras sólo para veranear un mes -y tan sólo para fines de semanas- en Eisha y los accesos a sus exclusivos clubes son de tierra y oscuros.

No creo que el fisco peruano quiebre ni que seamos tan inútiles de no poder asfaltar unos cuantos kilómetros y darle una mejor impresión al turista extranjero que va a Máncora y aledaños. Ni qué decir de poner carteles explicativos en varios idiomas, entrenar policías de turismo, señalizar circuitos, ordenar un poco el tráfico, poner más cómodas las mototaxis, controlar el ruido, un mercadito limpio para los artesanos, hacer obligatorios los ventiladores en los lugares públicos, sacar los desechos plásticos de las playas, etc. No todo se trata de TLC en la vida del Mincetur.

No se está pidiendo el cielo tampoco. Son cosas que caen por su propio

peso. Es que subleva tanta indolencia, dejadez y suciedad, tanto

desperdicio de oportunidades. Felizmente, Piura me asombró después con un plato inusual y rico: ravioles rellenos de pollo en salsa de ají de

gallina. La buena cocina, como la suciedad, es innata en nuestro país.

Aldo Mariátegui

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