23.2.09

¿Veneno o derecho?

Por: Richard Webb

Por amor de Dios, o temor a Chávez, cada día damos más limosna. Además de las subvenciones alimentarias, se entrega cien soles mensuales a familias pobres a través del programa Juntos.

En el 2008, casi medio millón de familias recibieron ese dinero, pero aún estamos lejos de la subvención masiva: cerca de dos millones de familias pobres no reciben la ayuda de Juntos, y de los que viven en la llamada pobreza extrema, apenas un tercio la reciben.

Si queremos ser coherentes con la intención de Juntos, sería necesario multiplicar su presupuesto en cuatro o cinco veces.
Los peruanos siempre hemos tenido limosna para el pordiosero que nos acorralaba, y para los necesitados del barrio —con tal de que no fueran muchos— pero ni amor ni temor llegaban más allá de donde vivíamos.

La obligación de ayudar al vecino tiene mucha historia. En la Inglaterra de la Reina Isabel, en el siglo XVI, cada aldea y comunidad estaba obligada a socorrer a los pobres de su vecindad, pero no a los “extranjeros” de otros pueblos. Era un mundo de aldeas y pequeñas comunidades, donde la gente podía conocerse, y donde la distancia entre comunidades era una forma de limitar la ayuda. Hoy, la distancia ya no nos protege. El teléfono, la televisión, Internet y los caminos nos han convertido a todos en vecinos.

El mapa de la pobreza nos hace conocer el grado de precariedad de cada uno de los 1.832 distritos del país.

Allí figuran, por ejemplo, los nombres de los diez distritos más pobres, lugares que la gran mayoría de peruanos no conocíamos ni de su existencia.

No solo desaparece su anonimato, sino que en Internet podemos descubrir sus caras, sus autoridades, sus problemas y paisajes.
Uno de esos diez distritos, por ejemplo, es Surcubamba en Huancavelica y a pesar de su extrema pobreza, Internet tiene más de 300.000 páginas con información sobre ese distrito.

Para algunos, la limosna es un veneno, una degradación de la dignidad y una erosión de la iniciativa propia.

La subvención masiva nos obligaría a crear y oficializar dos tipos de peruanos en cada comunidad, el pobre y el no pobre.

Para otros, es un derecho, ¿acaso el dinero fiscal no es de todos?

Con la crisis encima, sería oportuno repensar cuánto y para quién debe ser la limosna.

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