5.10.09

El valor de la tolerancia

LA BASE PARA CONSTRUIR DEMOCRACIAS


Por: Ernesto Velit Analista político

Algunos acontecimientos sucedidos últimamente nos han convencido de la necesidad de proponer algunas reflexiones en torno a la importancia que tiene la tolerancia como principio estabilizador en una sociedad que se precie de democrática.

Si democracia y participación son conceptos que caminan juntos, la tolerancia debe ser incorporada al binomio como valor fundamental para la convivencia, para enfrentar conflictos y entender las diferencias.

Nuestra superación cultural, personal y colectiva requiere promover una sociedad moderna, humanista, que garantice una vida superior.

Por ese camino se construyen espacios de reflexión y nos familiarizamos con una visión del mundo, progresamos moralmente y nos orientamos en la dirección de una mayor solidaridad humana. Todo como resultado de un fenómeno de fabricación intelectual y de reconocimiento de principios y de convenciones donde la tolerancia es algo así como la materia prima.

Si las cosas son como creemos, entonces ¿qué interpretación le damos al hecho de que una prestigiosa universidad nacional obligue a un profesor a renunciar por haber asistido a la presentación de un libro “condenado” y sin más valor que ser escrito por un psicópata terrorista? ¿Qué estándares de racionalidad norman estas decisiones al interior de lo que debería ser el templo de la tolerancia a las ideas y a los criterios de libertad?

Séneca decía: “El hombre es cosa sagrada para el hombre”, por ello, el respeto a la diversidad, la consideración a la diferencia y saber ceder en un conflicto de intereses justos es mostrar tolerancia, es construir una cultura de paz.

La tolerancia es admitir una manera de actuar distinta a la propia, es aceptar el pluralismo, pero preocupándose por saber establecer los límites entre lo tolerable y lo intolerable.

Martín García, filósofo español, dice: “Tolerar es aceptar un comportamiento con el que no podemos estar de acuerdo”, y agrega: “El que está en la verdad suele ser tolerante”. Estos conceptos son productos de una clara interpretación de lo que significa la libertad personal del hombre, entendida como la aceptación de un mundo de valores compartidos buscando su sentido y su justificación para cada uno. La actitud tolerante se facilita si se desarrolla la práctica del diálogo y de la comunicación.

Siendo la tolerancia, como lo admitimos al comienzo, un valor de la democracia, la precariedad de esta arrastra a la primera. En el mundo de la política, donde cada quien solo considera verdadera su propia creencia, la intolerancia es una suerte de denominador común, el camino al totalitarismo es fácil de transitar, se pierden los preceptos de la convivencia entre individuos con iguales deberes y derechos, y la obligación ética representada por la tolerancia deja de ser el marco normativo para la confrontación civilizada de opiniones y criterios.

En nuestro país, donde los conflictos sociales son parte del paisaje cotidiano, la falta de tolerancia mostrada por el poder hace más difícil la solución de controversias.

Nuestra diversidad étnica nos obliga a la pluralidad que caracteriza una democracia y que debe ejercerse sin cálculo político sabiendo que, como dice Norberto Bobbio: “La verdad tiene mucho que ganar si es capaz de soportar el error ajeno”.

EL COMERCIO

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