13.10.09

¿Le compraría un auto usado a un congresista?

Por Mirko Lauer

Cuando parecía que la desaprobación del Congreso no podía subir más, ahora una encuesta nacional la fija en 82% (precisamente el número de miembros cuestionados). El poder del Estado no se da por aludido como corporación, funciona sin mayores modificaciones, pretende investigar a los demás, e incluso reparte saludos y condecoraciones.

La aprobación nunca superó el 22%, y ahora está en 9%, un récord para el periodo. Como el cierre del Congreso en estas circunstancias no está en la Constitución y no hay nadie interesado en que eso se produzca, la cosa seguirá así hasta el final del periodo. Probablemente empeorando al ritmo al que lo ha venido haciendo.

La situación se ha vuelto grotesca, pues con tantos cuestionados es inevitable que ellos participen en comisiones de denuncia e investigación, intervengan en los debates (incluso muy indignados por las cosas que pasan en el país) y en general se conduzcan como si su prestigio no estuviera seriamente mellado.

Se dirá que hay excepciones, y es cierto. Pero este es el típico caso en que justos pagan por pecadores, sobre todo cuando la isla de los correctos se va reduciendo día a día. Además termina cayendo sobre ellos la culpa de no haber hecho, ni estar haciendo nada por evitar el tsunami de descrédito terminal que los rodea.

El problema no es solo individual –es decir la suma de inconductas o delitos– sino sobre todo colectivo: un Congreso en estas condiciones no puede ser ni remotamente un legislador eficaz. La pugnacidad en el cambio de palabras entre bancadas no puede sustituir los valores abollados, y a menudo es difícil separar la calidad del argumento de la de la persona.

Un efecto perverso es que los congresistas con anticuchos en su haber reciben mucho más publicidad que los demás. ¿Liquidará eso sus aspiraciones políticas? Probablemente sí. Haber participado en este Congreso será un fuerte handicap para integrar listas y, entre los que lleguen a una lista para obtener votos suficientes.

Todo esto lleva al sempiterno tema de cómo evitar en el 2011 un bis de lo que ha sucedido ahora. Como están las cosas, no parece haber manera. Es tarde para llevar adelante cambios que funcionen, y no está claro cuáles podrían ser tales cambios. Además los que tuvieran que pasar por el propio Congreso estarían condenados de partida.

Dicho todo lo anterior, es cierto que hay otras instituciones claves cuyo prestigio anda volando bajo, ninguna con el blindaje del Congreso. Nadie ha establecido cuál es la línea de lo tolerable, ni cuál es el peso específico de la opinión pública orientada por los medios en estos temas.

LA REPUBLICA

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