1.10.09

La ética de la palabra y los gestos de la política

PARA TOMAR EN CUENTA EN ESTA CAMPAÑA

Por: Enrique Bernales B Politólogo

Hay situaciones o hechos que, teniendo la apariencia de ser lo mismo, son cualitativamente diferentes. Pongamos por caso el silencio. Cuando el ahora ex ministro Francis Allison aceptó la cartera de Vivienda y no informó, como debía, al presidente que había sido asesor de Business Track, incurrió en una omisión éticamente reprochable. No era el momento de callar sino de informar aun cuando ese gesto le hubiese significado no jurar el cargo. Si bien la asesoría era legal, salvo que hubiese incluido aspectos involucrados en la denuncia penal que implica a directivos de esa empresa, el silencio del ministro no se ajustó a la transparencia exigible a quien ocupa un cargo de alta responsabilidad política.

A mi juicio, es la omisión y no la asesoría per se la que ha obligado a Allison a renunciar. En política no se puede callar cuando hay de por medio el deber ético de hablar.

Corsi e ricorsi, cuando el presidente García —enterado de la omisión de su ministro— optó por un silencio prudente, hizo lo correcto. Probablemente, su gesto molestó a quienes esperaban un rápido desenlace y una destitución fulminante de Allison.

García, con la sapiencia que da la experiencia política, entendió que esperar unos cuantos días y evaluar la marcha de los acontecimientos era lo prudente. Aceptó la renuncia del ministro en un momento que dejase a salvo la honorabilidad de Allison, sin perjuicio de la investigación judicial. El presidente hizo lo éticamente correcto. En política hay momentos en que también y por razones éticas hay que saber esperar, dándole a la espera la garantía del silencio prudente. Pero así como la política está llena de gestos, ella menos ignora el juicio de las palabras. Mesura, prudencia, claridad, conocimiento cabal de los términos que se emplean, orientación educativa de la palabra, que es exigencia inherente a quien ejerce liderazgo político, son elementos que forman parte de la ética política.

Es falso el planteamiento según el cual la condena a la palabra excesiva o al empleo de expresiones soeces es un formalismo de cucufatos y conservadores que quieren tapar la realidad con un falso velo de pudor.

Si este argumento fuese cierto, todo aquel que tiene una responsabilidad con auditorios grandes (profesores, sacerdotes, artistas, periodistas), que comunican y educan con la palabra, quedarían legitimados para el lenguaje soez, el insulto y la ofensa en nombre de una supuesta claridad. Obviamente, esto no es más que un burdo sofisma que pretende justificar errores y excesos verbales, cuando lo correcto es admitir la equivocación.

Una reflexión personal. He cumplido 43 años de profesor universitario y suman varios miles mis alumnos. Los pongo por testigos a todos. Jamás han escuchado de mis labios una palabra soez, un insulto. Durante 15 años viví intensamente la política y 12 años ejercí el cargo de senador. Como político recorrí el Perú y pongo por testigos a los ciudadanos que nunca contaminé mis palabras con exabruptos verbales. Igual en las tareas que ejerzo desde la sociedad civil con jóvenes profesionales. Cuidé la palabra por convicción. La política y las exigencias sociales no urgen de vocabularios ásperos sino de claridad, franqueza y altura. No necesito mencionar nombres de quienes incurren en el facilismo de la coprolalia porque no busco condenas personales, sino reflexionar en viva voz sobre la imperiosa necesidad de la decencia y la docencia en política.

EL COMERCIO

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