Martín Santivánez Vivanco
Nadie sabe dónde encontrar al mayor Bazán. Nadie es capaz de recuperar su cuerpo o rescatarlo de las manos que lo retienen.
Nadie puede decirnos si está vivo o muerto. Nadie conoce el dolor extremo al que está sometida su familia. Alguien tiene que pagar por tanta ignorancia.
Por ahora, sólo tenemos una certeza: los cobardes que lo apresaron en Bagua, aporrearon, ultrajaron y vengaron en su humanidad indefensa las afrentas de un gobierno lerdo incapaz de negociar en el largo lapso de un mes. No hubo ley en sus acciones. No existió el derecho, ni la legítima defensa. Bazán era un león vencido, rodeado de una caterva de miserables montoneros que no dudaron en perennizar su infamia en fotos dignas de un museo del horror. Y también, por qué no, del nuevo Museo de la Memoria.
Por eso, es increíble que se justifique la posición de estos delincuentes sanguinarios. Es vergonzoso el malabarismo mental, académico y periodístico que algunos comentaristas enarbolan defendiendo lo indefendible. Hay responsabilidad política por parte del gobierno, por supuesto. Y tenemos que hacerla valer en los foros adecuados, también en las próximas elecciones. Sin embargo, de allí a equiparar a los destripadores de la Selva con los subnormales del Estado que ¿planificaron? la crónica de una muerte anunciada, hay un abismo. Por un lado, existe el dolo. Por el otro, la estupidez.
Con la misma firmeza con que condenamos cualquier exceso de nuestros soldados, tenemos que oponernos al doble discurso que mide con vara distinta a los que violaron los DD.HH. del mayor Bazán y los suyos. Ubi eadem ratio, idem ius. A igual razón, igual derecho.
Aquí no hay bandos ideológicos o partidos políticos. El martirio de un inocente debe trascender las disputas estériles del clientelismo peruano. Por encima de la división está la justicia.
De lo contrario, viviremos en una especie de Matrix absurda y utópica: Caviatar. Allí, formaremos parte de un programa en el que las "lecturas" académicas -empleando la rancia terminología marxista- predominen sobre la realidad. Caviatar terminará por devorarnos, imponiéndonos falsos criterios políticamente correctos, en el que malos y buenos están determinados por su adscripción o no a una forma de pensar. Por conservar ese ecosistema precario, seremos capaces de negar la evidencia y defender, lo repito mil veces, aquello que es indefendible. Los DD.HH.
son de todos. Si Pizango los tiene, nuestros soldados también.
Los peruanos no debemos olvidar jamás el rostro del mayor Bazán.
Esa cara ensangrentada, más allá del cansancio y la desesperación, será para siempre una cicatriz en nuestra memoria. Ese es el rostro que merece un museo. Al menos el pueblo nunca lo olvidará.
CORREO
Nadie sabe dónde encontrar al mayor Bazán. Nadie es capaz de recuperar su cuerpo o rescatarlo de las manos que lo retienen.
Nadie puede decirnos si está vivo o muerto. Nadie conoce el dolor extremo al que está sometida su familia. Alguien tiene que pagar por tanta ignorancia.
Por ahora, sólo tenemos una certeza: los cobardes que lo apresaron en Bagua, aporrearon, ultrajaron y vengaron en su humanidad indefensa las afrentas de un gobierno lerdo incapaz de negociar en el largo lapso de un mes. No hubo ley en sus acciones. No existió el derecho, ni la legítima defensa. Bazán era un león vencido, rodeado de una caterva de miserables montoneros que no dudaron en perennizar su infamia en fotos dignas de un museo del horror. Y también, por qué no, del nuevo Museo de la Memoria.
Por eso, es increíble que se justifique la posición de estos delincuentes sanguinarios. Es vergonzoso el malabarismo mental, académico y periodístico que algunos comentaristas enarbolan defendiendo lo indefendible. Hay responsabilidad política por parte del gobierno, por supuesto. Y tenemos que hacerla valer en los foros adecuados, también en las próximas elecciones. Sin embargo, de allí a equiparar a los destripadores de la Selva con los subnormales del Estado que ¿planificaron? la crónica de una muerte anunciada, hay un abismo. Por un lado, existe el dolo. Por el otro, la estupidez.
Con la misma firmeza con que condenamos cualquier exceso de nuestros soldados, tenemos que oponernos al doble discurso que mide con vara distinta a los que violaron los DD.HH. del mayor Bazán y los suyos. Ubi eadem ratio, idem ius. A igual razón, igual derecho.
Aquí no hay bandos ideológicos o partidos políticos. El martirio de un inocente debe trascender las disputas estériles del clientelismo peruano. Por encima de la división está la justicia.
De lo contrario, viviremos en una especie de Matrix absurda y utópica: Caviatar. Allí, formaremos parte de un programa en el que las "lecturas" académicas -empleando la rancia terminología marxista- predominen sobre la realidad. Caviatar terminará por devorarnos, imponiéndonos falsos criterios políticamente correctos, en el que malos y buenos están determinados por su adscripción o no a una forma de pensar. Por conservar ese ecosistema precario, seremos capaces de negar la evidencia y defender, lo repito mil veces, aquello que es indefendible. Los DD.HH.
son de todos. Si Pizango los tiene, nuestros soldados también.
Los peruanos no debemos olvidar jamás el rostro del mayor Bazán.
Esa cara ensangrentada, más allá del cansancio y la desesperación, será para siempre una cicatriz en nuestra memoria. Ese es el rostro que merece un museo. Al menos el pueblo nunca lo olvidará.
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