29.1.09

El negro petróleo de la guerra

Es absurdo negarle a Israel el derecho a existir, a trabajar para progresar, a vivir en el marco de las diferentes culturas que orientan su cotidianidad, a practicar las varias religiones que habitan en su seno, a plasmar en sus ciudades el modelo urbano que estimen conveniente. Tan absurdo como relegar a los pueblos árabes al subsuelo del progreso a punta de guerras y abuso militar.

Israel es un pequeño territorio ubicado en el Medio Oriente con intereses diversos que representan espacios políticos y económicos complementarios y que hacen parte del bloque de poder estadounidense que les procuró el territorio, a través de la ONU, y los medios para desarrollarse en él, después de la segunda guerra mundial.

Israel es el único Estado judío del mundo, con una población que profesa mayoritariamente (76%) la religión judía. Ahí conviven judíos, musulmanes, cristianos y otras minorías religiosas más pequeñas, es un pueblo culto con un alto nivel educacional y técnico, pero que es dirigido políticamente por un Estado que ha violado muchas veces los derechos humanos en su región y que no ha cumplido con las exigencias de la comunidad internacional en cuanto a tratados, como la Corte Penal Internacional, creándose un blindaje a cañonazos para imponer sus intereses, entre los pueblos árabes que lo rodean.

El gran problema de Israel y de los árabes es el petróleo que abunda en el Medio Oriente y que cada vez más rige el desarrollo de grandes industrias en este planeta, pero también lubrica los conflictos internacionales de nuestro tiempo. El oro negro ha constituido la razón principal para que Estados Unidos impulse a sangre y fuego la creación de Israel en territorio palestino con el objetivo de controlar como un guachimán el petróleo de la zona.

Mientras se mantenga la violencia como el idioma de árabes e israelitas, tan mal conducidos por sus dirigentes políticos, Israel y Hamas serán los pretextos para llenar de pobreza, sangre y destrucción los países del Oriente Medio. La Torá y el Corán tienen que guiar más de cerca a los dirigentes de Israel y a los pueblos árabes por el camino de la paz prometido en sus escrituras.

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