28.1.09

El tío desconocido

Rodolfo introdujo a Franz Kafka en el Perú, pues fue uno de sus primeros lectores. Escribía artículos literarios y después publicó dos libros de poemas
Por: Abelardo Sánchez León

Todos le preguntaban por su tío Kiko, el más famoso de todos, el de la televisión; por su tío Walter, famoso por ser un nadador de culto; por su tío Carlos, el político pradista, pero muy pocos le preguntaban por su tío Rodolfo.


Algunos, de vez en cuando, indagaban por aquel tío gordito, que de niño rechazó el apodo de 'Pollo' y no le contestaba a nadie que osara llamarlo por ese apelativo. Rodolfo, el tío desconocido, que estudió inglés y se marchó a EE.UU. con el propósito de trabajar en la Standard Oil. Un insaciable lector, a quien le gustaba tocar el piano, un hombre de derecha y extraordinario conversador, a quien solamente llegó a conocer en contadas oportunidades.


De niño, recuerda que fue el único tío que dijo en voz alta que él no regalaba en navidades. Los sobrinos tardaron en darse cuenta de que se había adelantado a la crítica de los hábitos de consumo exagerado, pero en aquellos años todos lo odiaron. De los tíos, era el único que no practicaba deporte alguno. La última vez que se le vio en Lima fue en el Lawn Tennis, ese club decadente y encantador, donde de joven pasó sus buenas experiencias.


Rodolfo introdujo a Franz Kafka en el Perú, pues fue uno de sus primeros lectores. Escribía artículos literarios y después, ya no tan joven, publicó dos libros de poemas. Seguía el camino de su padre, un hijo de inglés que vivió toda su juventud entre Tacna e Iquique, quien fue autor de "Ensueños", para luego dar un vuelco radical de timón y dedicarse con éxito a la vida financiera.


Después de pasar más de tres décadas en EE.UU. la vida se le hizo imposible a causa de los huracanes y decidió retornar al Perú. Vivía colgado de un respirador artificial y los desastres naturales golpeaban tanto a Florida, dejándola sin energía eléctrica, que se vio impelido a volver a Lima, ciudad que amaba, extrañaba en sueños, pero muy difícil de reconocer en su actual dimensión.


Además, estaba gordo y se le dificultaba la respiración. Cuando falleció, su hija cumplió al pie de la letra sus indicaciones: un entierro en estricto privado, como si no hubiese vivido entre nosotros. Piensa que es el tío que más incendió su imaginación y lamenta no haberlo buscado en aquella casita y conversado un poco más. Pero para eso se escribe: para llorar a deshora.

EL COMERCIO

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