31.1.09

La contadora y sus valedores

Ingrid Suárez ya no es contralora, porque tampoco es ingeniera. La farsa de su nombramiento apadrinada por el Presidente Alan García y el ex ministro Rafael Rey ha exhibido el tamaño de la desvergüenza en las altas esferas del Perú.

La aparatosa caída de Suárez obliga a pensar en la costumbre peruana de dar y asumir cargos sin considerar las competencias pertinentes. Ello se produce gracias al uso de la vara, palabra que por algo es un peruanismo.

“El Tunante” Abelardo Gamarra y el Barón de Malapatemburgo habían criticado ya, en tono jocoso, esa mala costumbre. Manuel González Prada la fustigó con verbo de fuego.

El nombramiento de incompetentes es costumbre de mi país, hermano.

¿Acaso no tuvimos como canciller de la República a Fernando Olivera, que no sabía nada de diplomacia ni de historia de nuestras relaciones exteriores? Cierto es que duró un día, pero lo quiso y lo pudo.

La vara, mi viejo, la vara.

Las trapacerías de la ex contralora tienen aspectos de sainete. Por ejemplo, cuando exhibe un título otorgado por la Universidad de Berkeley; pero luego expresa que no recuerda cómo lo obtuvo.

La historia del ridículo en la política peruana consignará los nombres de Alan García, Rafael Rey, Javier Velásquez, presidente del Congreso.

Los dos períodos presidenciales de García se distinguen por esta clase de supercherías. Los ministerios y prácticamente todas las dependencias públicas del país se han convertido en feudo de apristas y apristones, que exhiben, junto con escasa o nula capacidad, una desenfrenada ambición dineraria.

Esos casos pueden no ser tan notorios como el de la contadora Suárez, mas pesan en la memoria colectiva y dejan en la caja fiscal un vacío difícil de llenar.

Para muchos compañeros resulta válida la frase irónica del poeta César Calvo: “vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”.

Precisamente, la Contraloría General de la República tiene como función cuidar, controlar, que los fondos y bienes públicos sean honestamente administrados.

En un régimen en el que campea la corrupción administrativa, resulta explicable que se buscara a alguien moralmente incapaz de fiscalizar.

Incapaz por condición ética. La falsedad de los títulos exhibidos es demostrativa.

Incapaz asimismo por el origen turbio del nombramiento, que implicaba un pacto de complicidad con el Poder Ejecutivo y con su entorno político y económico.

La señora Suárez puede ser una magnífica contadora; pero descuella sobre todo como contadora de cuentos.

Su nombramiento y el apoyo que tuvo entre congresistas y grandes empresarios revela el nivel de la moral pública de esos sectores.

Conste por intermedio de la presente que la denuncia contra el fraude surgió en nuestro diario y halló eco en otros medios y en la oposición política.

LA PRIMERA

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