Por Fausto Alvarado Dodero. Ex ministro de Justicia
Hablar castellano no nos hace españoles. Quienes hablan inglés por este simple hecho no son bretones, ni sajones, menos celtas o escoceses, ni hablar francés nos hace galos. El idioma no cambia la sangre y menos la nacionalidad. Nuestros hermanos del Altiplano sienten que son quechuas y/o aimaras, pero en sentido histórico no son ni uno ni el otro, ni la mezcla de ambos; son collavinos, pucaras o genéricamente altiplánicos. Hablar quechua o aimara no los hace tales; serán quechuahablantes o aimarahablantes, así como no son españoles porque hablan español.
Es hora de abordar el origen del quechua y del aimara como idiomas y como etnias. El quechua no se originó en el Cusco. Los incas no hablaban quechua. El aimara no se originó en la meseta del Collao ni en las orillas del lago sagrado.
El quechua y el arú (madre del aimara) son idiomas originados en los Andes marítimos, el quechua en el departamento de Lima y el sureste del departamento de Áncash. El aimara es hijo del Arú, también originario del departamento de Lima y desarrollado principalmente en el sur del departamento de Ica (Nasca), que penetró desde la costa hasta el Collao desplazando al puquina como idioma del Altiplano.
Al quechua también se le conoce como waywash al igual que la cordillera que lleva este nombre ubicada muy lejos del Cusco. Sé que es un golpe fuerte pero deben asumirlo. En especial ese gobernante de nuestro vecino país que se ufana de ser quechua o aimara, que para el caso es lo mismo, solo con la deliberada intención de construir una plataforma política.
La expansión del quechua es anterior al incario. Fue principalmente hacia el sur, por los pueblos costeños y serranos de Lima e Ica, constituyéndose en una fuerza idiomática y articuladora de la nación yunga y luego de la unidad política creada por los incas, llegando a su cúspide con el Quechua II o Quechua Chinchano, idioma que el gran señorío de Chincha expandió por su actividad comercial a toda la costa andina, remontando la cordillera marítima y subiendo hacía los pueblos de las alturas e intermedios andinos. Fue tal su importancia que además del idioma nativo de cada etnia, estas reconocieran al quechua chinchano como idioma general.
Fue la sapiencia de los incas para asumir el quechua, que no era su idioma, como lengua oficial de su dominio político y como transacción con el poderoso reino yunga de Chincha. Pero fue más la sabiduría de los evangelizadores católicos, que interesados en difundir el evangelio en no más de un idioma aparte del castellano, tomaron al quechua yunga y chinchano como idioma oficial para su apostolado y lo llevaron a territorios actuales de Bolivia, Argentina, Chile, Ecuador y Colombia.
Y pensar que mercaderes políticos pretenden temerariamente imponer una autodenominación de Región Autónoma Quechua y Aimara, asumiendo un nominativo étnico que no corresponde, con la clara intención de una aglutinación política bajo representación étnica. Qué fácil es usurpar nombres. Estos mercaderes hacen que su pueblo olvide sus profundas, históricas y orgullosas raíces y hasta su propio idioma, no hacen nada por evitar su extinción. Puno es una palabra puquina, no es ni quechua ni aimara y el Tiahuanaco llena de gloria a todo el pueblo puneño. Para qué necesitan adoptar otros nombres. La respuesta es obvia.
Es imprescindible que el mundo académico se pronuncie sobre el origen del quechua como idioma y nación, para evitar que se trafique con los nombres y para velar por la unidad política y territorial de nuestra patria como por la afirmación de la nación peruana como síntesis de todas las nacionalidades de nuestro Perú.
Hablar castellano no nos hace españoles. Quienes hablan inglés por este simple hecho no son bretones, ni sajones, menos celtas o escoceses, ni hablar francés nos hace galos. El idioma no cambia la sangre y menos la nacionalidad. Nuestros hermanos del Altiplano sienten que son quechuas y/o aimaras, pero en sentido histórico no son ni uno ni el otro, ni la mezcla de ambos; son collavinos, pucaras o genéricamente altiplánicos. Hablar quechua o aimara no los hace tales; serán quechuahablantes o aimarahablantes, así como no son españoles porque hablan español.
Es hora de abordar el origen del quechua y del aimara como idiomas y como etnias. El quechua no se originó en el Cusco. Los incas no hablaban quechua. El aimara no se originó en la meseta del Collao ni en las orillas del lago sagrado.
El quechua y el arú (madre del aimara) son idiomas originados en los Andes marítimos, el quechua en el departamento de Lima y el sureste del departamento de Áncash. El aimara es hijo del Arú, también originario del departamento de Lima y desarrollado principalmente en el sur del departamento de Ica (Nasca), que penetró desde la costa hasta el Collao desplazando al puquina como idioma del Altiplano.
Al quechua también se le conoce como waywash al igual que la cordillera que lleva este nombre ubicada muy lejos del Cusco. Sé que es un golpe fuerte pero deben asumirlo. En especial ese gobernante de nuestro vecino país que se ufana de ser quechua o aimara, que para el caso es lo mismo, solo con la deliberada intención de construir una plataforma política.
La expansión del quechua es anterior al incario. Fue principalmente hacia el sur, por los pueblos costeños y serranos de Lima e Ica, constituyéndose en una fuerza idiomática y articuladora de la nación yunga y luego de la unidad política creada por los incas, llegando a su cúspide con el Quechua II o Quechua Chinchano, idioma que el gran señorío de Chincha expandió por su actividad comercial a toda la costa andina, remontando la cordillera marítima y subiendo hacía los pueblos de las alturas e intermedios andinos. Fue tal su importancia que además del idioma nativo de cada etnia, estas reconocieran al quechua chinchano como idioma general.
Fue la sapiencia de los incas para asumir el quechua, que no era su idioma, como lengua oficial de su dominio político y como transacción con el poderoso reino yunga de Chincha. Pero fue más la sabiduría de los evangelizadores católicos, que interesados en difundir el evangelio en no más de un idioma aparte del castellano, tomaron al quechua yunga y chinchano como idioma oficial para su apostolado y lo llevaron a territorios actuales de Bolivia, Argentina, Chile, Ecuador y Colombia.
Y pensar que mercaderes políticos pretenden temerariamente imponer una autodenominación de Región Autónoma Quechua y Aimara, asumiendo un nominativo étnico que no corresponde, con la clara intención de una aglutinación política bajo representación étnica. Qué fácil es usurpar nombres. Estos mercaderes hacen que su pueblo olvide sus profundas, históricas y orgullosas raíces y hasta su propio idioma, no hacen nada por evitar su extinción. Puno es una palabra puquina, no es ni quechua ni aimara y el Tiahuanaco llena de gloria a todo el pueblo puneño. Para qué necesitan adoptar otros nombres. La respuesta es obvia.
Es imprescindible que el mundo académico se pronuncie sobre el origen del quechua como idioma y nación, para evitar que se trafique con los nombres y para velar por la unidad política y territorial de nuestra patria como por la afirmación de la nación peruana como síntesis de todas las nacionalidades de nuestro Perú.
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