26.12.08

Águila vieja

La noticia navideña proveniente de Estados Unidos es que un sujeto disfrazado de Papá Noel mató a tiros a cinco personas y se suicidó. Y como el diablo está en los detalles, eso nos lleva a reflexionar sobre lo que sucede con ese país. Todavía antes que estallara la crisis en Wall Street, eran cada vez más numerosos los analistas que señalaban la decadencia del poder global estadounidense. Por ejemplo, Dilip Hiro, columnista del Guardian británico y autor de Blood of the Earth, The Battle for the World’s Vanishing Oil Resources (Sangre de la tierra, la batalla por los recursos petrolíferos del mundo en extinción), encontraba alarmantes señales al respecto.
Con el colapso de la Unión Soviética en 1991, anota Hiro, EE.UU. se sentía muy seguro de sí mismo –invencible por medios militares, sin rival desde el punto de vista económico, indisputable en el campo diplomático, y como fuerza dominante en los canales de información en todo el mundo. El próximo siglo iba a ser el verdadero “siglo estadounidense” y el resto del mundo se adaptaría a la imagen de la única superpotencia.

Sin embargo, sin que haya pasado ni siquiera una década de este siglo, ya presenciamos el surgimiento de un mundo multipolar en el que nuevas potencias cuestionan diferentes aspectos de la supremacía estadounidense –Rusia y China en la vanguardia, con potencias regionales como Venezuela e Irán en la segunda fila. Estas potencias emergentes están preparadas para erosionar la hegemonía estadounidense, no confrontarla, solas o en conjunto.


¿Cómo y por qué se ha desarrollado tan pronto el mundo de esta manera? Se pregunta Hiro. Parte de su respuesta se refiere a la intervención en Irak y Afganistán y parte al hecho que el mercado en contracción del petróleo y del gas natural ha reforzado como nunca antes el poder de las naciones ricas en hidrocarburos; la rápida expansión económica de las meganaciones China e India; la transformación de China en la mayor base manufacturera del globo; y el fin del duopolio anglo-estadounidense en las noticias televisivas internacionales, un factor que reduce drásticamente la hegemonía estadounidense no solo simbólica sino realmente.

Por esas ironías de la Historia, la Meca del capitalismo y las libertades se encamina a ser un Estado de alguna manera parecido al de su archirrival durante los años de la Guerra Fría. La “Ley Patriótica” promulgada tras los atentados terroristas del 11-S seguramente hubieran merecido el aplauso de Beria y la KGB y el creciente intervensionismo en los mercados ha tirado al suelo todos los evangelios liberales. En cambio, Rusia se ha más que recuperado del caos económico que siguió al colapso de la Unión Soviética en 1991 y pausada pero firmemente recupera su peso en la geopolítica global.

Ninguna superpotencia en los tiempos modernos, volvemos a Hiro, ha mantenido su supremacía durante más de algunas generaciones. Y, por excepcionales que se hayan considerado sus dirigentes y por más esperanzas que haya despertado Obama, EE.UU. ya está claramente más allá de su cenit y no tiene ninguna probabilidad de convertirse en una excepción a esta regla antigua de la historia: los imperios tarde o temprano caen. Unos de manera estrepitosa, como la URSS; otros, como EE.UU., de forma homeopática pero inexorable.

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