24.12.08

Voy a tu casa esta Navidad

"No es para tanto", le dije, "ni que se tratara de un viaje interprovincial ir hasta Surco. Pueden privatizar el transporte público, pero no la distancia"

Por: Abelardo Sánchez León

Como las navidades en Lima son sinónimo de compras, bulla y tráfico pesado, decidí ir a una fiesta de Magdalena en vehículo público. Parado en una esquina de la Benavides me percaté de que resultaba igual de lento viajar en taxi que en micro y me trepé a uno vacío que luego se fue llenando y explotó en la Larco.


No diré que estuve hundido como una sardina porque es una figura trillada, pero sí ahogado. De regreso intenté tomar un taxi en la avenida del Ejército, a eso de las 11 de la noche, pero me resultó difícil. "Todos quieren trabajar por aquí nomás" --me explicó el taxista que se dignó recogerme por piedad, al verme abandonado en esa esquina oscura y peligrosa-- "y porque soy provinciano y el trabajo está hecho para los valientes".


"No es para tanto", le dije, "ni que se tratara de un viaje interprovincial ir hasta Surco. Pueden privatizar el transporte público, pero no la distancia". Me explicó su rutina y entendí su filosofía: trabajaba doce horas, tomaba un desayuno ligero, quebraba la jornada con un almuerzo en casa preparado por la jefa, salía otra vez, pero, sobre todo, no hacía hígado. "No lo olvide: soy provinciano y no le corro al trabajo".


Para continuar con el ánimo navideño mi hijo me propuso ir a Polvos Azules.


"Es mucho más barato que todos los sitios adonde vas", me dijo, y mientras coqueteaba con la chica vendedora la compra de unos politos (short enano, sonrisa generosa, ojos abiertos y ombligo al aire) alguien del pasillo me preguntó si yo atendía en el quiosco.


Me pareció genial la posibilidad de que todos en el Perú podíamos desempeñarnos en cualquier papel, sin estereotipos. Le dije que no. "Ella es la que atiende, la chiquilla maravillosa". Y pensé: la que no atiende como en los grandes almacenes, de mandil, fruncida y olvidadiza.


La compra del jean fue lo bravo. Había que probárselo y el esmerado vendedor colocó una cortinita floreada como biombo y no se detuvo hasta convencerme. Había que desenvolverse en un espacio estrecho y quizá abandonar el digno 34 por un cómodo 36.


"Hunda la barriga", me aconsejó con una sonrisa, pero en un tono que tenía ya mucho de compra y venta navideña.


"La pasamos bien, ¿no?", me preguntó mi hijo. "No olvides: si quieres seguir escribiendo, tienes que conocer para querer a tu país".

No hay comentarios: