No sólo los estadounidenses estuvieron atentos al discurso del vigésimo cuarto presidente de los Estados Unidos, Barack Hussein Obama, sino el mundo entero, ya que se trata de un momento especial donde ese país, si bien sigue siendo la primera potencia del orbe, es el causante de una enorme crisis financiera y de confianza dentro y fuera de sus fronteras.
La presencia de más de dos millones de personas –que colmaron la explanada del Capitolio y la Alameda Nacional de Washington– en la ceremonia de transmisión de mando, corrobora el interés por escuchar al primer presidente de raza negra en llegar a la más alta magistratura de los EE UU., hijo de un musulmán e inmigrante africano. Pero además se debe reconocer que esa movilización masiva de personas se debió al cansancio del ciudadano estadounidense frente a la manera como gobernó el saliente jefe de Estado, George W. Bush, hecho que motivó a muchos a manifestarse contundentemente sin importarles el inclemente clima durante esa jornada, pues ni las muy bajas temperaturas impidieron que un millón ochocientos mil estadounidenses saludaran el cambio sustancial que representa para ellos su flamante presidente.
Resultado del descontento con la guerra en Iraq y, sobre todo, por la seria recesión que agobia al Estado de la Unión, es que ahora los demócratas cuentan con una sólida presencia en todo el país, inclusive en Nueva York, Estado que tradicionalmente era coto del partido Republicano. En ese sentido Obama llega al poder investido de una amplia mayoría, tanto en la Cámara de Representantes como en el Senado. Esta coyuntura puede favorecerle la aplicación de sus ofertas electorales, algunas de las cuales fueron repetidas en el discurso inaugural de su gestión. Recalcó su deseo de mejorar el sistema de Salud, su intención de mejorar la calidad de la escuela pública, brindar recursos para jubilaciones dignas, y su reiterada decisión de retirar las tropas estadounidenses de Iraq, entre otros.
A pesar de que Obama es considerado un gran orador –hombre poseedor de un carisma especial–, su alocución no dejó de tener vacíos, lugares comunes y un exceso de entusiasmo declarativo. Salvo sus palabras que plantean la necesidad de usar la energía solar y eólica, así como la urgencia de tomar decisiones para rehacer las finanzas públicas y privadas, la mayor cantidad de tiempo (no más de 20 minutos de disertación) lo comprometió para invocar al “espíritu americano”, a mover el sentimiento de los inmigrantes que hicieron esa nación, a reclamar que los norteamericanos dejen de lado la flojera y la complacencia para asumir retos urgentes, enfrentar dificultades con coraje y actuar con firmeza y determinación para alcanzar el éxito. Apeló a la fidelidad hacia sus próceres, a volver a la fuentes de sus valores: libertad, igualdad y búsqueda de la felicidad.
Fue claro en señalar que hará todo lo posible para evitar el declive de los EE UU, reiterando que la grandeza no es un regalo sino un don que debe conseguirse. Le deseamos suerte al presidente Barack Obama en su ardua tarea para lograr, entre otros retos, que los estadounidenses vuelvan a creer en sus propias fuerzas.
expreso
La presencia de más de dos millones de personas –que colmaron la explanada del Capitolio y la Alameda Nacional de Washington– en la ceremonia de transmisión de mando, corrobora el interés por escuchar al primer presidente de raza negra en llegar a la más alta magistratura de los EE UU., hijo de un musulmán e inmigrante africano. Pero además se debe reconocer que esa movilización masiva de personas se debió al cansancio del ciudadano estadounidense frente a la manera como gobernó el saliente jefe de Estado, George W. Bush, hecho que motivó a muchos a manifestarse contundentemente sin importarles el inclemente clima durante esa jornada, pues ni las muy bajas temperaturas impidieron que un millón ochocientos mil estadounidenses saludaran el cambio sustancial que representa para ellos su flamante presidente.
Resultado del descontento con la guerra en Iraq y, sobre todo, por la seria recesión que agobia al Estado de la Unión, es que ahora los demócratas cuentan con una sólida presencia en todo el país, inclusive en Nueva York, Estado que tradicionalmente era coto del partido Republicano. En ese sentido Obama llega al poder investido de una amplia mayoría, tanto en la Cámara de Representantes como en el Senado. Esta coyuntura puede favorecerle la aplicación de sus ofertas electorales, algunas de las cuales fueron repetidas en el discurso inaugural de su gestión. Recalcó su deseo de mejorar el sistema de Salud, su intención de mejorar la calidad de la escuela pública, brindar recursos para jubilaciones dignas, y su reiterada decisión de retirar las tropas estadounidenses de Iraq, entre otros.
A pesar de que Obama es considerado un gran orador –hombre poseedor de un carisma especial–, su alocución no dejó de tener vacíos, lugares comunes y un exceso de entusiasmo declarativo. Salvo sus palabras que plantean la necesidad de usar la energía solar y eólica, así como la urgencia de tomar decisiones para rehacer las finanzas públicas y privadas, la mayor cantidad de tiempo (no más de 20 minutos de disertación) lo comprometió para invocar al “espíritu americano”, a mover el sentimiento de los inmigrantes que hicieron esa nación, a reclamar que los norteamericanos dejen de lado la flojera y la complacencia para asumir retos urgentes, enfrentar dificultades con coraje y actuar con firmeza y determinación para alcanzar el éxito. Apeló a la fidelidad hacia sus próceres, a volver a la fuentes de sus valores: libertad, igualdad y búsqueda de la felicidad.
Fue claro en señalar que hará todo lo posible para evitar el declive de los EE UU, reiterando que la grandeza no es un regalo sino un don que debe conseguirse. Le deseamos suerte al presidente Barack Obama en su ardua tarea para lograr, entre otros retos, que los estadounidenses vuelvan a creer en sus propias fuerzas.
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