21.1.09

Sale Bush, entra Obama

Barack Obama tiene rasgos culturales cosmopolitas, pero no debemos olvidar que es el presidente de una potencia que se comporta como imperio
Por: Abelardo Sánchez León

Los políticos darían su vida por convertirse en presidentes, pero los pueblos los recuerdan poco; incluso, con el correr de los años, pasan al olvido. Una manera de recordarlos es colocando sus nombres en plazas, avenidas o colegios, pero en el Perú se ha preferido poner en las G.U.E. los nombres de los escritores. Los megalómanos bautizaron a las ciudades con su nombre: Ciudad Trujillo o Stalingrado, pero ni por esas se salvaron. Estados Unidos es uno de los pocos países (Francia también, me olvidada de la plaza Charles de Gaulle, conocida, sin embargo, por su nombre primigenio L'Étoile) y ya tiene un aeropuerto que se llama Ronald Reagan. Pero a pesar de aquella sólida tradición (Lincoln Center, Kennedy Center) no creemos que alguien se atreva a poner el nombre de George Bush a algún lugar público; ni siquiera Oliver Stone lo haría pues ha titulado su película simplemente con una enigmática W.


En el Perú mucha gente mataría por ser presidente, pero pocos se preocupan por pasar bien a la historia. Los dictadores lo han conseguido a través de las grandes construcciones, como el caso de Odría; o, como una variante, brindándoles las mínimas inversiones a los pueblos alejados, como fue la estrategia de Fujimori. La única plaza en Lima que lleva el nombre de un presidente es la plaza Castilla, conocida también como la plaza Unión. Entre nosotros, preferimos a los presidentes gringos, como Wilson (que desea llamarse Garcilaso) o Roosevelt, que tiene plazas y calles dispersas en la ciudad.


George W. Bush es terco como él solo y considera que ha hecho un buen gobierno. Quizá, sin embargo, pase a la historia con un mayor grado de aprobación que Jimmy Carter, para muchos, en su país, el peor gobernante, y, sin embargo, importantísimo por el impulso que le brindó a los derechos humanos. Con Jimmy Carter, los latinoamericanos no solo tenían grandes amigos gringos, sino que compartían una política. A partir de Bush, sin embargo, la distancia con Estados Unidos es terrible: le ha salido, incluso, una sonrisita cínica que los peruanos conocemos como símbolo de políticos corruptos.


Barack Obama tiene rasgos culturales cosmopolitas, pero no debemos olvidar que es el presidente de una potencia que se comporta como imperio, en medio de una grave crisis económica y de valores. Pero hay que ayudarlo. Que se rodee de gente buena. Y que la fiesta inaugural dure, al menos, ocho años.

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