Por: Richard Webb
Gracias a Dios no podemos ver el futuro. Es que la libertad humana depende de esa ceguera. Si el futuro fuera predecible, nos convertiríamos en meros actores de un libreto ya escrito, piezas en un juego de ajedrez de dioses invisibles. Solo nos quedaría rendirnos pasivamente ante lo inevitable. La oscuridad del futuro es la condición necesaria para gozar la oportunidad que hemos recibido de Dios para soñar y crear nuestro destino propio. Ciertamente, ser vidente sería una enorme ventaja en la vida personal, pero la ventaja quedaría anulada si todos la tuvieran. No obstante ese aspecto paradójico, el deseo de conocer el futuro es explicable y es un hambre universal. Y su momento de máximo afloramiento es al inicio de cada año.
Más y más, el vidente moderno es un profesional, preferiblemente economista, cuyo instrumento para impresionar al crédulo no es un manojo de hojas de coca sino un conjunto de gráficos estadísticos. Pero, hace doce meses, ¿cuántos de esos videntes enternados nos advirtieron del derrumbe de la bolsa que iba a producirse durante el 2008? Hoy, los expertos nos explican en detalle el porqué del colapso, y proceden sin pestañear a puntualizar cuál será la evolución de la economía durante el 2009, como si el fracaso anterior no fuera producto de una profunda incapacidad sino solamente de un breve atraso en la señal televisiva que les llega del futuro.
Los descubrimientos de las ciencias físicas sirven para predecir algunos aspectos de lo que nos espera, por ejemplo los efectos del calentamiento global, pero el futuro que interesa depende más de las decisiones humanas en temas como las inversiones, las compras de los consumidores, los actos políticos y las relaciones internacionales. El instrumento principal para conocer el futuro, entonces, es la ciencia humana, pero es precisamente esa 'ciencia social' la que falla repetidamente. El economista ha creado una exagerada imagen de sofisticación teórica, imagen que empieza a ser cuestionada ante el descubrimiento de que las decisiones económicas no se explican por un elemental cálculo de costo y beneficio sino que responden a complejos y oscuros procesos de la psicología humana.
Contra la opinión de sus contemporáneos, el economista Keynes criticó el supuesto de la racionalidad humana, y habló de "hondas y ciegas pasiones" y de "las fuentes irracionales de la maldad" en los actos humanos. Hoy, muchos concuerdan que si queremos ver más claramente el futuro de la economía, debemos mirar a través de los ojos del psicólogo.
EL COMERCIO
Gracias a Dios no podemos ver el futuro. Es que la libertad humana depende de esa ceguera. Si el futuro fuera predecible, nos convertiríamos en meros actores de un libreto ya escrito, piezas en un juego de ajedrez de dioses invisibles. Solo nos quedaría rendirnos pasivamente ante lo inevitable. La oscuridad del futuro es la condición necesaria para gozar la oportunidad que hemos recibido de Dios para soñar y crear nuestro destino propio. Ciertamente, ser vidente sería una enorme ventaja en la vida personal, pero la ventaja quedaría anulada si todos la tuvieran. No obstante ese aspecto paradójico, el deseo de conocer el futuro es explicable y es un hambre universal. Y su momento de máximo afloramiento es al inicio de cada año.
Más y más, el vidente moderno es un profesional, preferiblemente economista, cuyo instrumento para impresionar al crédulo no es un manojo de hojas de coca sino un conjunto de gráficos estadísticos. Pero, hace doce meses, ¿cuántos de esos videntes enternados nos advirtieron del derrumbe de la bolsa que iba a producirse durante el 2008? Hoy, los expertos nos explican en detalle el porqué del colapso, y proceden sin pestañear a puntualizar cuál será la evolución de la economía durante el 2009, como si el fracaso anterior no fuera producto de una profunda incapacidad sino solamente de un breve atraso en la señal televisiva que les llega del futuro.
Los descubrimientos de las ciencias físicas sirven para predecir algunos aspectos de lo que nos espera, por ejemplo los efectos del calentamiento global, pero el futuro que interesa depende más de las decisiones humanas en temas como las inversiones, las compras de los consumidores, los actos políticos y las relaciones internacionales. El instrumento principal para conocer el futuro, entonces, es la ciencia humana, pero es precisamente esa 'ciencia social' la que falla repetidamente. El economista ha creado una exagerada imagen de sofisticación teórica, imagen que empieza a ser cuestionada ante el descubrimiento de que las decisiones económicas no se explican por un elemental cálculo de costo y beneficio sino que responden a complejos y oscuros procesos de la psicología humana.
Contra la opinión de sus contemporáneos, el economista Keynes criticó el supuesto de la racionalidad humana, y habló de "hondas y ciegas pasiones" y de "las fuentes irracionales de la maldad" en los actos humanos. Hoy, muchos concuerdan que si queremos ver más claramente el futuro de la economía, debemos mirar a través de los ojos del psicólogo.
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