8.1.09

El dedo en la llaga

Las declaraciones de Armando Villanueva del Campo respecto a la crisis que afecta al Partido Aprista de seguro traerán cola. Valgan verdades, el primero en poner el tema en el tapete fue Luis Gonzales Posada, quien dijo, en víspera del Año Nuevo –una fecha quizá inadecuada para abordar temas densos–, que el APRA se ha alejado del pueblo y de sus bases. Pero sin duda los mismos conceptos en boca del más veterano de los dirigentes apristas, militante en el partido desde los 15 años, adquieren un peso político y mediático singular.
Ahora bien, la autocrítica de Villanueva sobre el APRA –“no está acorde con la realidad del país”, “atrasado en su estructura orgánica”, “hay que adecuar la realidad al partido”– sirve para retratar no solo el estado de cosas en la agrupación de la estrella sino, en rigor, el de todos los otros partidos en el Perú, a diestra y siniestra. Y eso se refleja con claridad desde hace muchos años en las encuestas, que registran la creciente desconfianza del ciudadano de a pie (el problema por cierto no solo atañe a nuestro país. Citamos de memoria, pero sucesivos Latinobarómetros arrojan que apenas el 53% de la población en nuestra región considera que la democracia no puede existir sin partidos).


La percepción ciudadana, y no solo respecto al APRA, es que los partidos están manejados por caciques que imponen sus puntos de vista y manejan las cosas a su antojo amparados en el argumento que son las locomotoras, con los militantes de base y cuadros intermedios como meros furgones de cola. Y razón no le falta a esta sensación popular. ¿Qué quedaría del APRA sin Alan García, de Perú Posible sin Alejandro Toledo, del Partido Nacionalista sin Ollanta Humala, del PPC sin una Lourdes Flores respaldada por Luis Bedoya Reyes o del fujimorismo si no tuviera como heredera a Keiko? Probablemente seguirían el mismo camino que la UNO sin Odría, IU sin Alfonso Barrantes y AP sin Fernando Belaunde: desaparición total o membretes que a duras penas y con mucha suerte superan la valla electoral.

Son muchas las recetas propuestas para superar una crisis crónica que se hizo más notoria a partir de los años ochenta, con la aparición de independientes como Belmont, Vargas Llosa (hasta que fue copado por AP y el PPC) y Alberto Fujimori. No vamos a repetirlas aquí porque son ya un lugar común. Ojalá que a partir de lo declarado por Villanueva surjan ideas frescas. Y prácticas. Porque sería una pena que esto solo sirva para ideologizar nuestra política. No estamos diciendo que las ideologías hayan muerto, como sostenía Fukuyama. Pero sí que, a estas alturas, los políticos deberían comprender que no tiene sentido debatir respecto al número exacto de ángeles que pueden bailar sobre una cabeza de alfiler. Partidos modernos, sí, dedicados al bienestar nacional, que no tiene ideología y cuya meta debe ser cerrar la brecha social.


la razon

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