Por: Mariella Balbi
Me subleva escribir sobre amigos que han muerto, más aun cuando se trata de uno sabio como Fernando Cabieses. Lo hago porque pese a que su partida fue noticia después de ello vino un inmenso e injusto silencio y el talento de este peruano ilustre bien vale reportajes, artículos más vastos que este, ediciones y reediciones de su obra (que espero vendrán). El porqué es muy sencillo: lo merece.
Sin Cabieses seguiríamos en el reino de la ignorancia en muchos campos, el de mayor importancia --para mí-- es el de nuestro aun menospreciado pasado prehispánico. Fernando fue un gran neurocirujano que salvó muchas vidas, de ojos azules, mirada vivaz, de espontánea sonrisa y gran bonhomía. Pero cuando uno tenía el placer de conversar con él, recibiendo el saber que transmitía, solo quedaba admirarlo y --en mi caso-- añadir "eres un bombón", con la anuencia de Carmela, su querida pareja y colaboradora.
Se ha dicho que como médico introdujo en el Perú una nueva técnica para operar los temidos aneurismas, que --aunque peruanísimo-- nació en México y que estudió nuestras plantas. No se ha dicho que sabía nueve idiomas (dato de mi amigo Javier Luna, siempre bien informado), que viajó por todo el Perú buscando plantas, fotografiándolas, analizándolas y que dio conferencias en todo el mundo. Siempre con un estilo simpático, distante de la grandilocuencia académica, ameno, cautivando al oyente. Creó un jardín botánico de nuestras plantas en los predios del Ministerio de Salud (ministro Óscar Ugarte, por favor, consérvelo). Era su alegría y su 'vacilón', tenía uña de gato, culén, San Pedro, ayahuasca, un árbol de la quina, lo mostraba a los amigos con ánimo risueño.
Cabieses fue más allá de su profesión, era antropólogo, etnohistoriador, historiador, químico, arqueólogo, en suma un 'peruanista' cabal, de los que lamentablemente cada vez quedan menos, aunque ello nos angustie a pocos. Al rescatar la práctica de la medicina tradicional o folclórica rescató también un saber que estaba marginado, postergado por el Perú oficial. Cabieses decía que la mayoría de veces lo que curaba era el contacto estrecho entre quien tenía el saber de las hierbas ancestrales, pero principalmente la aproximación y comprensión del ser humano. Queda poco espacio, propongo una edición de sus obras completas, algo dispersas la verdad, y que su biblioteca sea celosamente inventariada para que --quiera Dios-- 'más que seya' aparezca un mini-Cabieses.
EL COMERCIO
Me subleva escribir sobre amigos que han muerto, más aun cuando se trata de uno sabio como Fernando Cabieses. Lo hago porque pese a que su partida fue noticia después de ello vino un inmenso e injusto silencio y el talento de este peruano ilustre bien vale reportajes, artículos más vastos que este, ediciones y reediciones de su obra (que espero vendrán). El porqué es muy sencillo: lo merece.
Sin Cabieses seguiríamos en el reino de la ignorancia en muchos campos, el de mayor importancia --para mí-- es el de nuestro aun menospreciado pasado prehispánico. Fernando fue un gran neurocirujano que salvó muchas vidas, de ojos azules, mirada vivaz, de espontánea sonrisa y gran bonhomía. Pero cuando uno tenía el placer de conversar con él, recibiendo el saber que transmitía, solo quedaba admirarlo y --en mi caso-- añadir "eres un bombón", con la anuencia de Carmela, su querida pareja y colaboradora.
Se ha dicho que como médico introdujo en el Perú una nueva técnica para operar los temidos aneurismas, que --aunque peruanísimo-- nació en México y que estudió nuestras plantas. No se ha dicho que sabía nueve idiomas (dato de mi amigo Javier Luna, siempre bien informado), que viajó por todo el Perú buscando plantas, fotografiándolas, analizándolas y que dio conferencias en todo el mundo. Siempre con un estilo simpático, distante de la grandilocuencia académica, ameno, cautivando al oyente. Creó un jardín botánico de nuestras plantas en los predios del Ministerio de Salud (ministro Óscar Ugarte, por favor, consérvelo). Era su alegría y su 'vacilón', tenía uña de gato, culén, San Pedro, ayahuasca, un árbol de la quina, lo mostraba a los amigos con ánimo risueño.
Cabieses fue más allá de su profesión, era antropólogo, etnohistoriador, historiador, químico, arqueólogo, en suma un 'peruanista' cabal, de los que lamentablemente cada vez quedan menos, aunque ello nos angustie a pocos. Al rescatar la práctica de la medicina tradicional o folclórica rescató también un saber que estaba marginado, postergado por el Perú oficial. Cabieses decía que la mayoría de veces lo que curaba era el contacto estrecho entre quien tenía el saber de las hierbas ancestrales, pero principalmente la aproximación y comprensión del ser humano. Queda poco espacio, propongo una edición de sus obras completas, algo dispersas la verdad, y que su biblioteca sea celosamente inventariada para que --quiera Dios-- 'más que seya' aparezca un mini-Cabieses.
EL COMERCIO
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