EL CONFLICTO ÁRABE-ISRAELÍ
Por Fernando Villarán. Ex ministro de Trabajo
El concepto de Mutual Assured Destruction, MAD (Destrucción Mutua Asegurada), nació en plena Guerra Fría y, a pesar del nombre, no era tan loco. Se basaba en el principio de la disuasión, es decir, que el mayor arsenal nuclear de las dos superpotencias aseguraba a cada una la capacidad de destruir completamente a la otra. Felizmente, ninguno de los múltiples líderes políticos y altos mandos militares de EE.UU. y la Unión Soviética, que se sucedieron en los 40 años que duró esta guerra, apretó el famoso botón. A pesar de las diferencias ideológicas, el nacionalismo, los intereses de Estado y los odios acumulados, de los que ciertamente nacieron múltiples conflictos locales, prevalecieron el instinto de conservación y la razón.
No parece ser el caso de los árabes e israelíes, envueltos en una guerra que pasa ya de los 60 años. Tal como se hace cada vez más evidente (y así lo han apuntado lúcidos caricaturistas en varios lugares del mundo), parece que esta confrontación solo acabará cuando el último israelí termine con el último árabe (o al revés). ¿Por qué en este caso el instinto de conservación, la compasión o la razón no pueden prevalecer?
Mi hipótesis es que la intrincada y aparentemente indisoluble mezcla de política y religión, presente en ambas naciones, impide una solución. A la humanidad le ha costado siglos separar ambas esferas, la religiosa y la política (recordemos lo que fueron las Cruzadas y la Inquisición), dando como resultado democracias laicas, estables y duraderas.
El surgimiento del fundamentalismo musulmán ha sido explicado bastante bien por Thomas Friedman (autor de "The World Is Flat"): Inglaterra y luego Estados Unidos, con el objetivo de asegurar el vital suministro de petróleo del Golfo Pérsico, impusieron regímenes dictatoriales en toda la región. Estos jeques y reyes eliminaron los partidos de oposición, las elecciones, la libertad de prensa y la sociedad civil, dejando como única ventana de libertad el ejercicio de la religión. Fue por ahí donde la política encontró su camino para expresarse, fundiéndose con la religión. Para los fundamentalistas musulmanes, como Hamas, acabar con Israel es alentado por Dios, y si mueren (o se suicidan) en el intento, tienen aseguradas 72 vírgenes en el paraíso.
En el caso israelí, el proceso de contaminación religiosa es más complejo. Utilizaré un ejemplo: el principio religioso del "ojo por ojo y diente por diente" se ha convertido en política de Estado. Según esta, cada vez que cualquier grupo radical lanza un ataque contra Israel, ellos responden con mayor violencia. En todos los años de aplicación de esta política no han logrado disuadir un ápice a sus enemigos, es decir, que han fracasado estrepitosamente. Si esa lógica se hubiese impuesto en el mundo, los aliados debieron desaparecer del mapa a los alemanes, japoneses e italianos por haber iniciado la Segunda Guerra Mundial y haber causado tantas muertes.
Estoy convencido de que árabes e israelíes, por sí solos, nunca van a acabar con su enfrentamiento; el resto del mundo, particularmente las superpotencias, tendrá que desarrollar el mayor de los esfuerzos para lograr la paz (dejando de lado la retórica y empleando los múltiples mecanismos de presión que existen), en una operación similar a la que hicieron en Yugoslavia, ante las terribles "limpiezas étnicas" que todos recordamos.
Pero habrá que hacer mucho más que eso, habrá que ir a la raíz religiosa. Corresponde que los principales líderes religiosos (el Papa entre ellos) intervengan decididamente convocando a las partes en conflicto, para que expliquen al mundo cómo es que matar a un ser humano puede ser bueno para Dios. Este proceso debe iniciarse ya, y seguramente tomará algunas décadas, tal vez el tiempo suficiente para que surja un nuevo Mahatma Gandhi que convenza a ambas naciones, y devuelva al mundo la paz y la esperanza que tanto necesitamos.
PRESIDENTE DE SASE CONSULTORES
Por Fernando Villarán. Ex ministro de Trabajo
El concepto de Mutual Assured Destruction, MAD (Destrucción Mutua Asegurada), nació en plena Guerra Fría y, a pesar del nombre, no era tan loco. Se basaba en el principio de la disuasión, es decir, que el mayor arsenal nuclear de las dos superpotencias aseguraba a cada una la capacidad de destruir completamente a la otra. Felizmente, ninguno de los múltiples líderes políticos y altos mandos militares de EE.UU. y la Unión Soviética, que se sucedieron en los 40 años que duró esta guerra, apretó el famoso botón. A pesar de las diferencias ideológicas, el nacionalismo, los intereses de Estado y los odios acumulados, de los que ciertamente nacieron múltiples conflictos locales, prevalecieron el instinto de conservación y la razón.
No parece ser el caso de los árabes e israelíes, envueltos en una guerra que pasa ya de los 60 años. Tal como se hace cada vez más evidente (y así lo han apuntado lúcidos caricaturistas en varios lugares del mundo), parece que esta confrontación solo acabará cuando el último israelí termine con el último árabe (o al revés). ¿Por qué en este caso el instinto de conservación, la compasión o la razón no pueden prevalecer?
Mi hipótesis es que la intrincada y aparentemente indisoluble mezcla de política y religión, presente en ambas naciones, impide una solución. A la humanidad le ha costado siglos separar ambas esferas, la religiosa y la política (recordemos lo que fueron las Cruzadas y la Inquisición), dando como resultado democracias laicas, estables y duraderas.
El surgimiento del fundamentalismo musulmán ha sido explicado bastante bien por Thomas Friedman (autor de "The World Is Flat"): Inglaterra y luego Estados Unidos, con el objetivo de asegurar el vital suministro de petróleo del Golfo Pérsico, impusieron regímenes dictatoriales en toda la región. Estos jeques y reyes eliminaron los partidos de oposición, las elecciones, la libertad de prensa y la sociedad civil, dejando como única ventana de libertad el ejercicio de la religión. Fue por ahí donde la política encontró su camino para expresarse, fundiéndose con la religión. Para los fundamentalistas musulmanes, como Hamas, acabar con Israel es alentado por Dios, y si mueren (o se suicidan) en el intento, tienen aseguradas 72 vírgenes en el paraíso.
En el caso israelí, el proceso de contaminación religiosa es más complejo. Utilizaré un ejemplo: el principio religioso del "ojo por ojo y diente por diente" se ha convertido en política de Estado. Según esta, cada vez que cualquier grupo radical lanza un ataque contra Israel, ellos responden con mayor violencia. En todos los años de aplicación de esta política no han logrado disuadir un ápice a sus enemigos, es decir, que han fracasado estrepitosamente. Si esa lógica se hubiese impuesto en el mundo, los aliados debieron desaparecer del mapa a los alemanes, japoneses e italianos por haber iniciado la Segunda Guerra Mundial y haber causado tantas muertes.
Estoy convencido de que árabes e israelíes, por sí solos, nunca van a acabar con su enfrentamiento; el resto del mundo, particularmente las superpotencias, tendrá que desarrollar el mayor de los esfuerzos para lograr la paz (dejando de lado la retórica y empleando los múltiples mecanismos de presión que existen), en una operación similar a la que hicieron en Yugoslavia, ante las terribles "limpiezas étnicas" que todos recordamos.
Pero habrá que hacer mucho más que eso, habrá que ir a la raíz religiosa. Corresponde que los principales líderes religiosos (el Papa entre ellos) intervengan decididamente convocando a las partes en conflicto, para que expliquen al mundo cómo es que matar a un ser humano puede ser bueno para Dios. Este proceso debe iniciarse ya, y seguramente tomará algunas décadas, tal vez el tiempo suficiente para que surja un nuevo Mahatma Gandhi que convenza a ambas naciones, y devuelva al mundo la paz y la esperanza que tanto necesitamos.
PRESIDENTE DE SASE CONSULTORES
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