23.3.09

Cuidar el mercado

La crisis mundial es utilizada interesadamente por algunos políticos de izquierda para denostar de la economía de mercado, sin darse cuenta de que el sistema capitalista pasa por un nuevo estadío de evolución.

Por eso, más que socavar hoy los cimientos sólidos en los que se asienta la teoría liberal, de lo que se trata en rigor es de diferenciarla de los malos protagonistas que la aplican desconociendo conceptos esenciales como la competencia, la ganancia aceptable, el respeto a la propiedad, paradigmas que deberían servir de respaldo a los instrumentos financieros disponibles en el mercado, sin hacer abuso de éstos al punto de generar papeles tóxicos, ganancias indiscriminadas, engaños escondidos tras terminologías indescifrables, el dolo encubierto tras los nefastos efectos Ponzzi, la producción de bienes y servicios de dudosa calidad, o la ausencia de información cabal al consumidor o usuario de los bienes y servicios que recibe o, peor aún, recurriendo a propagandas engañosas.

Pero cuidar el mercado no implica necesariamente transitar por un proceso pacífico. Por el contrario, se trata de una experiencia en la cual la sociedad de cada país tendrá que hacer su parte, en especial en naciones desarrolladas, como Estados Unidos, en vista que tienen a su disposición muchísimo mayor conocimiento académico, acceso tecnológico y recursos económicos. No obstante, aunque resulta paradójico, fue en esa gran nación donde se incubó y desató la crisis que hoy agobia al planeta. Sin embargo la economía sigue siendo un arte, más que una ciencia. En ese sentido, preocupa por ejemplo que el Tesoro norteamericano venga inyectando varios millones de millones de dólares en un intento –quizá desesperado– por reactivar su mercado. Dada la magnitud de los fondos y la precipitación del gobierno por ponerlos en circulación, es evidente que ese dinero aún no llega a su destino –el público– sino que se ha quedado en poder de los grandes bancos y en megaempresas aseguradoras como AIG. No solo ello, sino que dichos recursos fueron autorizados por leyes –en algunos casos sospechosamente modificadas una vez que estuvieran aprobadas por el Congreso de la Unión– que carecen de mecanismos de control. Son pues entregas de dinero sin restricciones ni condicionamientos específicos para su correcta aplicación por parte de quienes los reciban. Por ello, por ejemplo, se han producido escándalos como el derivado del pago jugosas indemnizaciones a funcionarios de las empresas virtualmente en quiebra, y cuyos beneficiarios en buena medida son los causantes del colapso de su centro de trabajo.

Hoy las economías grandes o pequeñas necesitan dar muestras claras de sinceramiento y consecuencia con el sistema, apelando a las reglas más claras del mercado que precisamente están para cumplirlas, y no para sacarles la vuelta. Al respecto, mucho se viene hablando de “regular” el mercado, pero desde aquí creemos que mejor término es cuidar o vigilar el mercado, dadas las connotaciones nefastas que encierra la palabra “regulación”. En tal sentido, vaya nuestra invocación a todos los peruanos para que trabajemos en esa vigilancia, en la cual obviamente pioneras han sido las asociaciones que –a veces solitariamente– vienen trabajando en la defensa del consumidor.

Estamos en un momento en el cual hay que hacer más creíble las bondades del capitalismo al ciudadano de a pie. Porque es el sistema que le permite desplegar sus capacidades, su competitividad, sus energías y conocimientos para generar riqueza en libertad. Y sólo existe libertad cuando hay democracia. Es cierto que la crisis se desató en medio de la globalización, no sólo por fallas de las entidades que debían supervisar el cumplimiento de las normas financieras, sino también por la enorme cantidad de personas que no tienen mayores ingresos, trabajo seguro ni activos pero que recibieron créditos para adquirir una vivienda, para comprar a través de tarjetas de crédito o para comprar un vehículo, sin que sus otorgantes midieran las consecuencias de la incapacidad financiera de sus deudores.

Pero la crisis se expandió y abarca todos los estratos de la producción. Para hacer frente a este hoyo negro lo mejor es empoderar a los agentes económicos y a los ciudadanos de una nueva tarea: vigilar la economía de mercado, para que sus deficiencias no resientan lo enormemente positivo que el sistema que lleva dentro. Entonces, para aplacar a las fuerzas negativas se necesita comprar lo justo, contratar aquello que se puede, vivir de acuerdo a las capacidades de pago. Y como contraparte, el productor necesita entender que reducir costos no es sinónimo de despedir trabajadores ni de vender bienes o servicios de mala calidad. Sobre esta base rescataremos la confianza, remedio elemental para salir de toda crisis.

EL COMERCIO

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