26.3.09

El sistema soy yo

Por Augusto Álvarez Rodrich
alvarezrodrich@larepublica.com.pe

Alan II sigue creyéndose rey de esta, su chacra

“En el Perú, el Presidente tiene un poder, no puede hacer presidente a quien él quisiera, pero sí puede evitar que sea presidente quien él no quiera, y lo he demostrado”.

Eso dijo el presidente Alan García a un grupo de banqueros con el fin de asegurarles que el esquema económico general establecido en el Perú desde 1990 –luego del colapso que produjo su primer período– seguirá en el futuro, para lo cual él impedirá que llegue a Palacio quien se oponga al mismo.

Impedir que un candidato triunfe en una elección no es, sin duda, una función formal del presidente. Lo ideal sería que Palacio siempre tuviera un papel neutro en las elecciones por los recursos que, sin mucho control, maneja el gobierno. Pero, en fin, aunque no es deseable, un presidente puede entrar en la batalla política para defender sus ideas y su gestión.

El (pequeño gran) problema es que, como el propio García lo recordó en su tan franca como lamentable declaración de intenciones de anteayer, él ya demostró que puede interferir en una campaña. Y lo hizo poniendo de manera ilegal y descarada todo el Estado al servicio de sus intereses particulares.

Lo hizo, en 1986, para (im) poner con un ‘balconazo’ a Jorge del Castillo como alcalde de Lima. Lo peor vino en 1990 cuando se dedicó a impedir que Mario Vargas Llosa llegara al gobierno y a promover la candidatura de Alberto Fujimori.

Y vaya que tuvo éxito, aunque recurriendo a armas inmorales: poner al servicio de la candidatura de Fujimori el SIN de ‘Cucharita’ Díaz al igual que muchas oficinas públicas, o financiar ‘Página Libre’ de Guillermo Thorndike. Un relato dramático de esto se puede leer en el capítulo XVIII –‘La Guerra Sucia’– de ‘El pez en el agua’ de Vargas Llosa.

Ahora, García reconoce, sin ruborizarse, que lo hizo antes y anuncia, muy orondo, que volverá a ser el gran titiritero electoral. Decidir quién no será presidente también es decidir quién sí lo será. Elemental, mi querido Alan, aunque ahora él se desdiga –como con “las lloronas”– culpando a los medios.

Algunos han querido justificar la declaración presidencial como un exceso verbal, desliz, metida de pata, o enredo oral. Pero la verdad es que esto es mucho más grave que un lapsus, pues sugiere la voluntad de violentar las normas elementales que demanda un proceso electoral transparente y decente.

Esto no es democrático, es inmoral, y le pone las cosas en bandeja a Ollanta Humala, quien se presentará ahora como el candidato vetado.

Pero lo peor es que, si en 1990 Alan García nos dejó a Alberto Fujimori, crece la posibilidad de que, en el 2011, nos deje a Keiko Sofía.

LA REPUBLICA

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