25.3.09

Tetas, papas y mortajas

Un patita cualquiera: “no entendí nada ¿Por qué se sacó la papa y cambió tanto de un momento a otro? ¿Al cadáver lo echaron al mar? ¿Por qué la patrona la botó?”

Aldo M, después de ver “La teta asustada”

Claudia Llosa tiene la habilidad necesaria para contar una historia, es decir comprometer al espectador con la anécdota y mantenerlo en tensión a la espera del desenlace. Para lograr esto utiliza claves de humor, subrayando los estereotipos de los provincianos en la ciudad, lo que logra mover un relato que de otra forma permanecería en el mismo sitio hasta las últimas escenas, encerrado en el mutismo y los miedos de Fausta.

Pero la cineasta hace algo más que entretener. Otra lectura de su película es la que tiene que ver con las vidas quebradas e incompletas que deja la guerra. La madre violada, en pleno embarazo, da la idea de haber estado esperando el momento de morir, que es cuando comienza el guión; y la hija parece más bien no haber podido abandonar el útero materno, lo que se traduce en la dificultad para separarse de la madre y enterrarla, y también en la forma como se aferra a la papa protectora o cuando no puede establecer una relación madura con el jardinero que la corteja, con el que se vincula en quechua, como para no ser entendidos por el resto. Finalmente el mito de la teta asustada no es sino una racionalización de su tragedia.

El personaje de Magali Solier puede también tomarse como una alegoría de la condición indígena en el Perú: la idea de que puedes ser violado, violentado, despojado, sin que pase mayor cosa, y los culpables seguirán adelante con su vida como si no hubieran destruido la vida y los sueños de otros, equivalentes a ellos. Fausta vive con la conciencia de quien le ha tocado esta suerte. Entonces el golpe de la patrona que desde su posición superior (económica y cultural) le roba su música y las perlas ganadas con su trabajo, y el miedo a la muerte que siente cuando el tío le tapa la boca y le pregunta si realmente quiere vivir, actúan obligándola a cambiar.

Por eso recurre a romper la regla de subordinación y toma las perlas por su cuenta y corre hacia el único que ha sido gratuito en su relación con ella, para que le ayude a arrancar el tubérculo que la está matando y a romper la creencia que le cierra el alma. Ese acto de reivindicación, concluye en el viaje a Ayacucho y la parada para ver el mar al lado de la madre muerta, a la que por fin va a despedir, y en la escena de la maceta con la flor de la papa, que dice que el orden natural se ha restablecido y el miedo ha quedado atrás.

“La teta asustada” no es una película de denuncia. Es un grito de dolor, soterrado con dosis de humor negro, que se ve con comprensión y sonrisas en Manchay y Ayacucho, pero que algunos patitas limeños definitivamente no entienden.

LA PRIMERA

No hay comentarios: