24.3.09

Economía, política y modernidad

El fenómeno denominado “globalización”, que caracteriza el momento en que nos hallamos, comporta múltiples dimensiones (económica, política, cultural, tecnológica, ecológica, etc); de allí que la comprensión de su dinámica se resiste a cualquier perspectiva que la reduzca a alguno de aquellos elementos, por relevante que sea. Se trata de un proceso que conduce a una creciente y acelerada interdependencia entre los diversos actores sociales a escala planetaria, de modo que los acontecimientos locales sufren el impacto de eventos lejanos y viceversa, produciendo un notable cambio de las identidades individuales y colectivas, con una creciente conciencia de las conexiones existentes entre el entorno inmediato y el contexto distante.

La percepción de los individuos acerca de este fenómeno probablemente manifieste referencias a la interdependencia provocada por las nuevas tecnologías, lo cual acentúa la sensación de que se trata de un fenómeno muy reciente. De hecho, aunque es posible señalar lejanos antecedentes de este fenómeno, la magnitud que hoy alcanza no tiene parangón en la historia previa. Ocurre, además, cuando la población mundial alcanza una cifra (alrededor de seis mil quinientos millones) que difícilmente hubieran imaginado los más audaces utopistas que dieron origen a la modernidad.

La actual crisis parece confirmar la primacía de la dimensión económica; no obstante, igualmente podría aducirse que el orden económico global hoy en crisis tiene sus orígenes en decisiones políticas muy específicas, desde la conferencia económica de Betton Woods, hasta el lanzamiento de la ofensiva neoliberal en la década de 1980 por Thatcher y Reagan, replanteando el papel de organismos internacionales como el BM o el FMI, para vincular deliberadamente la noción de globalización con la liberalización de la economía que trajo un alto costo social en los países pobres, acentuando la brecha que los separa de los países ricos. Si bien es cierto la economía tiene una dinámica propia, ella no tiene la condición inercial –mecánica o cibernética- de un automatismo, como el discurso conservador quiere hacer creer. Su marcha remite a claves políticas, sujetas, por tanto, a decisión. En ese horizonte, el mayor grado de libertad y autonomía –valores fundantes de la modernidad- equivale hoy a la afirmación moral, proveniente de las izquierdas, de que otro mundo es posible.

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