Por: Richard Webb
Uno de cada cinco peruanos es más un lugareño que un peruano. Su mundo es una aldea, una de las 90.000 desparramadas por la vastedad de nuestra sierra y selva. Persiste una imagen romántica de la vida rural, pero la dispersión y el aislamiento son sinónimos de pobreza extrema y terca. En las ciudades grandes e intermedias, los niveles de vida han mejorado con la bonanza de los últimos años, pero en las aldeas siguen casi igual.
La dispersión tiene varias desventajas. Un limitante es que el poblador no tiene acceso a un mercado para sus productos. Otro es que carece de servicios porque no se justifica construir un camino o sistema de agua potable, poner una posta médica o llevar electricidad para solo diez o cuarenta familias.
Una tercera desventaja es que donde vive no hay una masa crítica de productores para aprovechar la asociatividad. Una cuarta es que las posibilidades tecnológicas se encuentran limitadas por la enorme variabilidad geográfica del territorio. La Revolución Verde que se dio en Asia fue posible por que cientos de millones de agricultores trabajan allí en zonas geográficamente homogéneas, facilitando la aplicación de tecnologías estandarizadas. Finalmente, el fraccionamiento, las distancias y la falta de comunicación, todos conspiran contra el poder político. Cuando grita el pastor en la puna, ¿quién lo escucha? La integración nacional, la igualdad de oportunidades y la reducción de la pobreza, todos son objetivos que lograremos en la medida en que nos juntemos. Para empezar, se requiere menos dispersión geográfica de la población. Felizmente se trata de un proceso que se viene dando gradualmente con la emigración de la población rural hacia los pueblos. Al mismo tiempo, la ciudad se está acercando a las aldeas, con la construcción de caminos rurales, la telefonía rural y con una expansión de los servicios rurales de salud y de educación. Pero además de la mayor cercanía física, se requiere una mayor cercanía emocional y de identificación humana. Ser más juntos significa ser menos tolerantes con las diferencias económicas, y ser más solidarios.
Un instrumento poderoso para juntarnos en todos esos sentidos es precisamente el recién creado programa estatal Juntos, que reparte cien soles mensuales a cerca de medio millón de las familias más alejadas y pobres del país, pero solo si la familia cumple con ciertos requisitos de cuidar su salud y de asistencia escolar. El programa es mejorable, pero saludo la iniciativa.
Uno de cada cinco peruanos es más un lugareño que un peruano. Su mundo es una aldea, una de las 90.000 desparramadas por la vastedad de nuestra sierra y selva. Persiste una imagen romántica de la vida rural, pero la dispersión y el aislamiento son sinónimos de pobreza extrema y terca. En las ciudades grandes e intermedias, los niveles de vida han mejorado con la bonanza de los últimos años, pero en las aldeas siguen casi igual.
La dispersión tiene varias desventajas. Un limitante es que el poblador no tiene acceso a un mercado para sus productos. Otro es que carece de servicios porque no se justifica construir un camino o sistema de agua potable, poner una posta médica o llevar electricidad para solo diez o cuarenta familias.
Una tercera desventaja es que donde vive no hay una masa crítica de productores para aprovechar la asociatividad. Una cuarta es que las posibilidades tecnológicas se encuentran limitadas por la enorme variabilidad geográfica del territorio. La Revolución Verde que se dio en Asia fue posible por que cientos de millones de agricultores trabajan allí en zonas geográficamente homogéneas, facilitando la aplicación de tecnologías estandarizadas. Finalmente, el fraccionamiento, las distancias y la falta de comunicación, todos conspiran contra el poder político. Cuando grita el pastor en la puna, ¿quién lo escucha? La integración nacional, la igualdad de oportunidades y la reducción de la pobreza, todos son objetivos que lograremos en la medida en que nos juntemos. Para empezar, se requiere menos dispersión geográfica de la población. Felizmente se trata de un proceso que se viene dando gradualmente con la emigración de la población rural hacia los pueblos. Al mismo tiempo, la ciudad se está acercando a las aldeas, con la construcción de caminos rurales, la telefonía rural y con una expansión de los servicios rurales de salud y de educación. Pero además de la mayor cercanía física, se requiere una mayor cercanía emocional y de identificación humana. Ser más juntos significa ser menos tolerantes con las diferencias económicas, y ser más solidarios.
Un instrumento poderoso para juntarnos en todos esos sentidos es precisamente el recién creado programa estatal Juntos, que reparte cien soles mensuales a cerca de medio millón de las familias más alejadas y pobres del país, pero solo si la familia cumple con ciertos requisitos de cuidar su salud y de asistencia escolar. El programa es mejorable, pero saludo la iniciativa.
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