3.3.09

Me vendo (Cuánto pagas)

Hay algunas veces que, caballero nomás, sin pan y agua uno debe venderse. Vendo mi línea editorial o cómo doy eco de las decisiones de García haciendo un “Correo” entre su voz y el pueblo. Masca chicle y pasa saliva con la azúcar sabor a cherri del Estado, que ya los tengo fichados, mis enemigos ínfimos de la mazorca pro chilena. Me vendo, Infocorp, cuánto te debo, cuánto me pagas, rica policía de los misios. Baruch, ¡me vendo! Aprovecha, no soy Tony Blades ni entrevisto a salsero en Nueva York, pero puedo coser tu saco con la bandera de Palestina. Eso te lo haría gratis. Achica precio, uan, tu, tri, me vendo, Genaro Delgado Parker; trátalo sobre una mesa con Hernán Garrido Lecca en el Country Club (aquella vez, pues, no te hagas; pronto la recreación malapalabrera de ese real encuentro). Avísame lo que cuesto. Mejor no, fuiste: estoy más caro que el Pipo, la animación que pronostica el clima de tu antena fría. Vendo pan con palta, todos los días –menos los domingos-. Me vendo, Carla Harada (Canal N), y por eso no presento este periódico en la mesa matutina, que tu acompañante, muñekín ventrílocuo, hasta amarillos despinta ¿acaso trabajas en una cafetería sanisidrina? Me vendo, Raúl Vargas, y por eso mi espíritu es más pequeño que autoadhesivo -ese del “Optimismo Wong”-. Vendí toda mi colección de Queen. Vendí mi guitarra eléctrica. También, mi bicicleta. Es el turno de mi alma. Saludos al más allá: a mi tío W. H. Auden, quien escribió: “En los hambrientos Años Treinta / los chicos solían vender sus cuerpos / por una buena comida. /En los Opulentos Sesenta / aún lo hacían / para afrontar los pagos a plazos”. Me vendo, muerte, me vendo riquísimo. Pon el precio.

No hay comentarios: