15.3.09

Problema mayor

Lo ocurrido recientemente en un colegio de Alemania, donde un ex alumno apareció armado y con suficientes municiones como para asesinar a decenas de estudiantes, es decir donde un joven tuvo la intención de causar daño sin medir a cuántos ni a quienes dispararía, resulta un hecho delicado, más aún cuando al día siguiente otro acto similar se produce en los Estados Unidos, país que ya ocupa el primer lugar en matanzas perpetradas dentro de escuelas o universidades.



Vemos entonces con pavor que lo que hace diez o quince años parecía una problemática aislada y circunscrita a los EE UU, resulta ahora una realidad difícil que obviamente acusa la existencia de serios desequilibrios emocionales, e inclusive la descomposición de valores y conductas entre la población joven del planeta. En otros términos, no estamos ante una situación especial sino ante un problema mayor al cual la sociedad moderna tendrá que hacerle frente de inmediato. No esperemos que esas escenas de sangre y locura aparezcan en nuestro país. No esperemos que adolescentes o jóvenes consigan pistolas o fusiles de asalto e ingresen a las aulas a disparar a diestra y siniestra. ¿Exageramos acaso con esta alerta? De ninguna manera.

Sin ir muy lejos ya existen signos que nos deberían advertir de la inclinación de algunos jóvenes peruanos a favor de la violencia. Es más, sin necesidad de traspolar los hechos, en esta semana hemos comprobado, en el secuestro y asesinato de la niña Tamara Soto, acaecido en Chimbote, la actitud fría y desalmada de tres jóvenes: Leslie Caballero, de veinte años de edad; Alexander Max Egúsquiza, de 18 años; y de Giancarlo Barinoto, también de 18 años, quienes participaron del secuestro y crimen de un ser humano de apenas ocho años de edad. Y para mayor sorpresa en este caso, la susodicha Leslie Caballero era nada menos que la prima de la inocente víctima. Si bien alguien podría argumentar que no hay similitud entre lo sucedido en Chimbote con lo ocurrido en Alemania o Estados Unidos, lo cierto es que sí existen elementos que deberían advertir a las autoridades y a la población de nuestro país a adoptar medidas preventivas de manera directa e inmediata a fin de que estos hechos no se repitan.

Reiteramos, no esperemos que un mozalbete desadaptado consiga armas de fuego y vaya a una escuela o instituto y asesine a sus compañeros de clase. ¿Cómo prevenir esos extremos que ojalá nunca lleguen a nuestro país? Primero, partiendo del reconocimiento de que la sociedad ha cambiado; y, segundo, planteándonos la interrogante de fondo: ¿Qué está pasando con nuestros jóvenes? ¿Qué tipo de estímulos e influencias reciben hoy los adolescentes que determina después en ellos una violencia inusitada y extraña? Creemos que en la prevención está la diferencia entre la vida y la muerte. Esta tarea preventiva debe realizarse mediante un programa especial del Ministerio de Educación en coordinación con los psicólogos y psiquiatras del país, a fin de diagnosticar desórdenes de conducta y detectar –dentro de las escuelas– si es que hay escolares que a futuro podrían sufrir de alteraciones emocionales. Los departamentos de psicología de colegios y universidades, y las áreas públicas de salud mental deberían trabajar efectivamente para evaluar a los estudiantes y darles las terapias que sea menester.

EXPRESO

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