21.3.09

Con buena leche

A PROPÓSITO DE “LA TETA ASUSTADA”

Por: Fernando Vivas Periodista

En el Museo de la Memoria que nuestros negacionistas quieren evitar a toda costa (y que de todas maneras se erigirá pues si se pierde la oferta alemana, basta la iniciativa privada para convertirlo en realidad), debe instalarse un monitor con imágenes de “La teta asustada”.

Claudia Llosa ha desenterrado un drama de la fosa común de la época del terrorismo. Incluso su título ya había sido recogido por una investigadora, Kimberly Theidon, que registró testimonios de campesinas que llaman “teta asustada” a la tristeza que las madres violadas dan de mamar a sus hijos (en el blog “Reportaje al Perú”, hay una entrevista con Theidon, autora del libro “Entre prójimos”, IEP, 2004).

No desmerezco la película. Por el contrario, quiero subrayar que Llosa, con una poderosa imaginación visual, ha sido capaz de narrar en pocas y largas secuencias, una agonía muy peruana, migrada de Ayacucho a los miserables arenales limeños, cantada y susurrada en quechua para conjurar cualquier retórica latina, condensada en algunas escenas-viñetas en las que estalla una estética en emergencia, para asombro de los críticos de cine extranjeros que buscan nuevas miradas y nuevas culturas para mirar y para lección de peruanos descreídos que no saben lo que tenemos “aquicito nomás”.

Llosa delata —y contagia— su fascinación de costeña por la espumante ritualidad de las bodas andinas, el colorido de los preparativos funerarios, la fusión de cumbia y huaino. Y donde no hay ritual la cámara se queda fija, observa penetrante, se edita por contraste y casi inventa su propia ritualidad: mi pasaje favorito es aquel en el que Fausta (Magaly Solier) cree ver una fosa para enterrar a su madre donde su tío ha hecho un agujero para la piscina infantil. El chapoteo de los niños es, además, uno de los signos esperanzadores de tan agónica película.

“Madeinusa”, la ópera prima de Claudia, ya revelaba una mirada singular y hacía debutar al canto embrujado de Magaly, pero no me gustó, en parte porque negaba toda esperanza en pro de un fatalismo forzado con el que remataba un simple choque de culturas costa-sierra. En “La teta…” ese conflicto es secundario y se resuelve económicamente con unas perlas desperdigadas en el piso y reivindicadas por Fausta.

Aquí lo esencial es tan tosco como una papa en la vagina y tan profundo y delicado como la búsqueda de relatos, de cantos e imágenes que nos curen del susto; como el viaje hacia un horizonte común donde enterrar el origen del trauma y de la vida.

EL COMERCIO

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