1.3.09

El muro

Por: Helmut Dahmer

El héroe de la novela utópica “Nosotros” de Jewgenij Samjatins escribió en su diario: “El muro es probablemente el más significativo invento de la humanidad”.

Murallas protegían ciudades antiguas y medievales. La Muralla China estaba destinada a disuadir ataques bárbaros. Magistrados cristianos, siglos atrás, confinaron a minorías judías, detrás de los muros de los guetos. Con el derrumbamiento del muro de La Bastilla, se inició en 1789 la Revolución Francesa. Tristemente célebre fue el Muro de Berlín (1961-1989), que debía impedir que la población del sector oriental huyera al occidental. Las murallas más conocidas del presente son, la de la frontera entre EE.UU. y México, para limitar el flujo de inmigrantes pobres y la valla erigida por Israel, tanto para protegerse contra sus vecinos palestinos, como para arrebatarles su tierra.

Tan efectivos como los muros de piedra, son las invisibles barreras sociales, que separan clases sociales. Seccionan el mundo social en “nosotros” y los “ajenos”; determinan quiénes merecen nuestra simpatía y quiénes nuestra antipatía, ante quiénes hemos de desarrollar empatía y frente a los que hemos de permanecer indiferentes o desconfiados.

Todos los conflictos sociales son conflictos de “apartheid”. Siempre está de por medio la defensa, el desplazamiento o la superación de barreras sociales, o la consolidación, mengua o superación de barreras de prejuicios.

La sociedad se caracteriza por la coexistencia de una fabulosa riqueza con una pavorosa miseria. Contrastan oasis de bienestar, como en EE.UU. y Europa, con continentes sumidos en la miseria, como África. En una misma ciudad viven minorías opulentas y mayorías que luchan contra el hambre y la pobreza y la enfermedad. Esta es la razón por la que está en boga construir murallas.

Desde hace ya largo tiempo, grupos homogéneos de rentistas privilegiados, se han refugiado en lujosos guetos, vigilados como cárceles de alta seguridad. Y la “fortaleza Europa” defiende por mar y tierra sus fronteras sur y este, contra los inmigrantes pobres. Decenas de miles de africanos procuran atravesar, año tras año, el mar Mediterráneo o el golfo de Adén, para acceder a las costas de ensueño españolas, italianas, yemeníes o países de tránsito. Viajan en embarcaciones precarias, sobrecargadas. Cientos de aquellos mueren en el intento, de sed, de quemaduras o se ahogan, y sus cadáveres son varados hacia las idílicas playas de la zona. Estas nuevas “boat people” no han encontrado aún portavoces. Hasta ahora, ni el Papa, ni ningún político europeo ha abogado por que las flotillas de los países de destino, no sean utilizadas para perseguir a los temidos refugiados pobres, sino como vehículos de transporte de nuestros paupérrimos conciudadanos.

Filósofo y sociólogo alemán

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