13.3.09

El tío Ántero y el escribidor

Por Augusto Álvarez Rodrich
alvarezrodrich@larepublica.com.pe

Se debe mejorar la calidad del debate público

Tiene razón Ántero Flores-Aráoz en molestarse con Mario Vargas Llosa. ¿A quién le va a gustar que –justificadamente– lo hagan quedar tan mal ante miles de lectores de muchos países donde se publica la columna Piedra de Toque, y que ahora ya saben que en el Perú hay un ministro que dice barbaridades?

MVLL escribió lo siguiente: “El autor de esta teoría –que el Perú no necesita museos mientras sea pobre y con carencias sociales– es el señor Ántero Flores-Aráoz, ministro de Defensa del Gobierno Peruano. No se trata de un gorila lleno de entorchados y sesos de aserrín sino de un abogado que, como profesional y político, ha hecho una distinguida carrera en el PPC del que se separó hace algún tiempo para representar al Perú como embajador ante la OEA. ¿Qué puede inducir a un hombre que no es tonto a decir tonterías? Dos cosas, profundamente arraigadas en la clase política peruana y latinoamericana: la intolerancia y la incultura”.

Dicho comentario refleja cabalmente lo dicho por el ministro, y él mismo lo ratificó en su respuesta a la que agregó otra declaración increíble: “Los novelistas siempre piensan en los temas que tienen poco de realidad y mucho de ficción”.

Al ministro le molesta que digan que sus opiniones son “tonterías” –lo considera una “grosería”–, aunque más debiera preocuparle la fragilidad de su argumento. Incluso llamarlo “tontería” puede ser una generosidad, pues se podrían decir cosas más duras.
Diferente fue la explicación del canciller José Antonio García Belaunde contra el museo; con ella se puede discrepar pero no dejar de reconocer que, al menos, posee estructura.

Pero Flores-Aráoz no tiene, en el caso del Museo de la Memoria, el monopolio del absurdo. El vicepresidente Luis Giampietri dijo que el museo significaría un avance de la izquierda caviar que no cobra la planilla si no acusa a las FF.AA.; el cardenal Juan Luis Cipriani, que el ofrecimiento del gobierno alemán es intromisión foránea; y el congresista Edgar Núñez, que el museo financiaría sueldos de ONG.

¿Qué decir ante argumentos como esos? Que ser autoridad –ministro, congresista, cardenal, vicepresidente– no es licencia para mentir o lanzar barbaridades sin sustento.

Hay personas que creen que todo lo que dicen, aunque desarticulado o malintencionado, debe convertirse –por su ‘alta investidura’– en verdad indiscutible. Ser autoridad demanda esfuerzo por el rigor del raciocinio elemental y algún apego a la verdad. Lo contrario proyecta vocación autoritaria y desprecio por la gente que tiene la cortesía y la paciencia de escucharlos.

LA REPUBLICA

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