13.3.09

Para Edmundo

El editorial de este miércoles de César Lévano contra De Althaus me pareció infame, aunque no puedo negar que es cómico que quien fue un siervo estalinista de los cubanos y rusos y que ahora es un siervo chavista de los venezolanos en un pasquín al servicio de Ollanta (hasta ahora no nos explica cómo se financia en todo el país un diario sin avisos y con poco tiraje) pueda tildar de "pro-chileno" y otras barbaridades a otro correcto colega sólo porque éste arguye a favor del TLC con los mapochinos.

Como De Althaus es de la equivocada escuela antigua y no le va a contestar por esa tontería de que no desciende a su nivel, me voy a comer el pleito con gusto, porque Lévano permitió las mayores bajezas contra mi persona y mi familia, desde los dibujos del pobre diablo que tenían de caricaturista �al que sí censuró y botó cuando chocó con un columnista de la casa� hasta con los calumniosos sueltos que escribe el orate trotskista de Wiener.

Este Lévano, que no se llama César sino Edmundo porque se alucina un gran poeta como Vallejo (así como un JCM por sufrir una minusvalía), no debería ponerse a pontificar dado que tiene gestos que no le califican para la grandeza que tanto reclama. En diciembre de 1974 abandonó Caretas porque aducía que existía una supuesta conjura externa ultraderechista contra el velascato, aunque Caretas aclaró ("La última Conjura", número 507, 09/01/75, pág 12-C) que el motivo de la discusión que originó la ruptura fue que Lévano no quería condenar la deportación de otros colegas hecha por la dictadura militar, así como no tocar el tema polémico del oleoducto que estaban construyendo los militares, carísimo elefante blanco que hasta ahora pagamos a Japeco. Encima fue tan poca cosa que mandó su fea carta de renuncia al diario moscovita "Unidad", gran enemigo de Zileri. Así, escupió a la fuente (Caretas) de la cual había bebido por años y que le había permitido ascender desde corrector a editor.

Pocos años después, Lévano logró con las justas evitar una deportación de rojos (salvo Alfonso Baella) a Jujuy por una supuesta enfermedad. No sé, pero varios rojos veteranos me juran que esa dolencia fue en realidad un "teatro" poco honroso. En fin, si eso es verdad o no queda en la conciencia de Lévano.

Finalmente, varios colegas me cuentan que acordaron renunciar todos a la revista "Sí" a mediados de los años 90 cuando se enteraron de que se relevaba de la dirección a Ricardo Uceda y se colocaba allí a Marcelo Gullo para variar la línea editorial hacia el fujimorismo. Pues bien, Lévano no imitó a sus colegas y se mantuvo calladito en su puesto de subdirector, sin que le importase que la revista pasase a ser favorable al fujimorato, régimen del que ahora sí habla "valientemente" pestes.

Ya sé, se defenderá apelando a sus antepasados anarquistas (le encanta apoyarse en estos), a su infancia pobre y a su minusvalía (hechos accidentales), a su edad (hecho inevitable), a su prisión bajo Odría (que él como rojo estalinista también habría encarcelado gente)... Pero el hecho es que se portó muy mal con Zileri en los momentos más duros de la dictadura velasquista, se prestó de comparsa de una revista fujimoristoide y ahora es espolique de un poco ilustrado militar aventurero como marioneta de Caracas. Este es el "maestro" Lévano, héroe de San Marcos.

CORREO

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