7.3.09

Hallazgo de extravíos

Hace cuatro semanas acudí al Club Cusco de Lima gracias a una invitación amistosa. Me ocurrió entonces una desgracia: olvidé en el taxi mi mochila negra, con objetos valiosos sólo para mí.

En el vetusto maletín había un cuaderno de apuntes sobre música y poesía acumulados a lo largo de muchos años; intentos de poemas (llamémosles así) escritos por mí; y, lo más triste, tres libros del filósofo peruano Víctor Li Carrillo, cuyo origen chino lo hizo víctima de la arbitrariedad racista del dictador Manuel Odría.

Si quien lo hubiera hallado no ha arrojado todo eso a la basura, ruego que lo comunique a los teléfonos de este diario. Podemos mandar a recogerlo.

Las penas nunca vienen solas. Hace pocos días recibí la denuncia de un arqueólogo peruano según el cual un descubrimiento notable le había sido arrebatado por Walter Alva, el consagrado descubridor de Sipán. Como su texto no apareció a tiempo en nuestro diario, el caballero me dirigió un correo colérico, en el cual insinuó que yo había recibido dinero para silenciar su hazaña.

Rechacé ese agravio. Pero el señor aquél persistió y aun acentuó su insulto. Esta vez afirmó que sabía que el arqueólogo famoso tiene una abultada bolsa para pagar silencios y adulaciones.

Debo responder. Puesto que el denostador es científico comprobado, supongo que tiene pruebas firmes del soborno a mí destinado. Como yo no me había enterado ni, además, recibido ningún dinero, propongo está solución: Que el agraviado cobre a mi nombre el dinero que me está destinado.

Como debe de ser cuantioso, le ruego que me lo envíe en una caja de leche Gloria, por ejemplo, y que, no faltaba más, se quede con un 20 por ciento. Es comisión que se merece. Quedo, atentamente, a la espera. Buena falta me hacen esos billetes que supongo suculentos.

No vienen solas las penurias. En nuestra edición de ayer se deslizó un error que debo lamentar. En la excelente crónica sobre el maestro de la guitarra Javier Echecopar, Paco Moreno atribuyó a Manuel Acosta Ojeda una frase que suena a irreverente respecto a músicos populares reunidos el año pasado en el cumpleaños de Acosta.

No hubo, por supuesto, mala intención, sino mala memoria. En todo caso, el propio autor de “Madre” me ha recordado qué fue lo que ocurrió. Había en la celebración un conjunto selecto de artistas andinos y costeños. A la caída de la tarde, Echecopar se despidió, pues tenía un compromiso profesional. Le dije entonces:

--Javier, no puedes irte sin regalarnos algo.

Me respondió:

--No vaya a ser que se aburran.

--Toca y verás, le repliqué.

Ejecutó dos piezas selectas de música clásica, y el público se vino abajo, en ovación interminable.

Prueba de lo artificiosa que es la frontera entre música popular y música culta.

LA PRIMERA

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