11.3.09

Mi enfermedad se llama Jessica Rabbit

Me imagino a Jessica Rabbit -la diosa voluptuosa de los dibujos animados-, en estas tierras, quizá, paseando por la conquistadores atiborrada de bolsos MNG y Michèlle Belau, atarantando a los yupis de la avenida financiera con esos labios carnosos que elevan aroma de panqueque Crepes and Waffles hasta más allá de las torres reales –historia comparada killer: a Susy Díaz el colágeno le salió chicharrón labial-. Sus pestañas como abanicos. Los ojos adormilados y los ‘misiles’ porn star; sus piernas largas tipo Amparo Brambilla ¿Algún otaku o comic fan sería fiel a su más alta fantasía ante la presencia fulminante de la Rabbit en el lecho amoroso? Me dirán: “No, yo tengo a Fujiko Mine (Arsène Lupin III) y a Gatúbela; la Natalie Portman de Star Wars sin contar a la Jean Gray de los X-Men” ¿Quién no caería rendido por este cataclismo animado? Misato Katsuragi, la alocada y sexy jefa de “Evangelion”, desaparece. Ni Betty Boop guerrea, con su sexualidad vista hasta con miopía, exquisitez del treinta del siglo pasado. Cuesta trabajo imaginar a Roger Rabbit fungir de pareja de la Jessica. Es demasiada carne para el pequeño orejón. Mismo Felpudini con Chelita (Érase una vez), o ya, pes, para hacerla más chicha times: Dilbert Aguilar con la Claudia Portocarrero y a usar escaleras con parapente y el zumo de rana-maca bien ahí. El pálido conejo nariz de bolita roja sería más eléctrico que el chato Barraza, quién sabe. Guarda, el lepórido es zapatón y dicen que cachetea fino, pe. La manera de caminar de Jessica es tan demolishon que “airosa caminaba la Flor de la Canela” queda letra de cumbia. La Rabbit no derrama lisura sino libera malas palabras. Escucha, rojo: Una noche con ella en pacto para vivir en un infierno eterno tridimensional.

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