18.3.09

¿Quién nos representa?

LA DELEGACIÓN DEL PODER CIUDADANO

Por: Raúl Mendoza Abogado

Pareciera que el principio de representación no existiera en el Perú. Los congresistas pretenden legislar con nombre propio para, en pleno ejercicio de su función, poder postular a las presidencias regionales y a las alcaldías. Olvidan que la voluntad mandante es la del ciudadano y que el funcionario electo tiene un compromiso hasta el final del período para el que fue elegido. Es un contrato ciudadano y por tal no puede ser resuelto unilateralmente por el obligado. Así, bien haría cada candidato en sopesar bien su participación electoral, pues una vez elegido, su voluntad individual queda sujeta a la del elector. Renunciar y, más aun, suspender el mandato para probar suerte en otra contienda es una ligereza y, peor, una afrenta al que lo eligió.

Pareciera también que la representación estuviera sesgada por intereses particulares. En apariencia, al menos, cualquier suspicaz podría asumir válidamente que la polémica Ley 29320 (de expropiación) tiene nombre propio. En efecto, fue extraña la deferencia del presidente del Congreso y de algunos impulsores de la referida ley al recibir a una delegación de agradecidos manifestantes, encabezada por un personaje acusado de traficar con terrenos y, más aun, vinculado al Apra. Este hecho puede hacer pensar que el lobby parlamentario es una práctica común y nada es más contrario al principio de representación que esta figura, propia del mercantilismo.

De otro lado, ¿a quién representa un Congreso que regala condecoraciones por voluntad personal de una congresista? ¿A la propia congresista que gana avemarías premiando a un personaje popular? Un Parlamento, en ejercicio de su representación, no premia la popularidad mal concebida sino a quienes sirven con un verdadero patrón de conducta. En el Día de la Mujer los mejores emblemas del sexo son las organizadoras sociales, las cultivadoras del arte, las campeonas en el deporte, las intelectuales que brillan.

Ya de poco sirven las explicaciones. Los hechos recientes y todos los anteriores de dos décadas, por lo menos, alertan que la representación como tal está fallando. En ese contexto, urge perfeccionar el sistema de representación a través de la multiplicación de las circunscripciones electorales (120) para ir al voto uninominal. Esto haría posible la cercanía entre el congresista y el ciudadano local, que podría estar al tanto y sumar los yerros de su congresista, vigilarlo, hacer balance y, por último, cambiarlo si no lo representa realmente. Esta medida permitiría un mayor control al congresista si se acompaña de la revocatoria, permitiendo la subida del accesitario. Las revocatorias no buscan recomponer las mayorías, pero sí castigan la mala representación y la demagogia parlamentaria.

La persistente impopularidad del Congreso, los escándalos de estos años y los continuos despropósitos invitan a reformular la forma misma cómo estamos representados.

EL COMERCIO

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