15.3.09

Shut up

La ministra de Justicia, Rosario Fernández, tiene toda la razón cuando invoca al Parlamento que rectifique, en segunda votación pendiente, la aprobación del proyecto de ley que autoriza la transformación de la hoja de coca en harina y saborizantes para el consumo humano. Efectivamente, se trata de una norma ilegal, ya que el Tribunal Constitucional falló en contra de las ordenanzas de gobiernos regionales que pretendían legalizar la hoja de coca.
Es harto sabido que el 90% de la producción de hoja de coca se va al narcotráfico y también que es una utopía pensar en industrializar las alrededor de sesenta mil toneladas que se producen en los valles cocaleros al año; en bolsas de té filtrantes se usan no más de siete toneladas y en diversas “colas” gaseosas unas 130 toneladas. Eso de la harina y los saborizantes es una barbaridad más de los congresistas que solo incentivaría los cultivos ilegales.

En contraste con las acertadas declaraciones de la titular de Justicia, ha metido su cuchara en el asunto el ministro consejero de la embajada de Estados Unidos en el Perú, James Nealon. El funcionario dijo que, en términos generales, su país está en contra de la comercialización de la hoja de coca, y que por el contrario respalda los esfuerzos para promover programas de desarrollo alternativo.

Nealon debería mantener la boca cerrada. Estados Unidos sabe perfectamente que es imposible usar todos los cultivos de coca para fines legales y socialmente explosivo erradicarlos a la bruta. Y que la respuesta de fondo al problema la tiene Washington, que gasta cifras siderales en tratar de controlar el consumo en ese país cuando la realidad es que sus políticas han sido un trágico fracaso.

Mientras los estadounidenses quieran usar drogas y estén dispuestos a pagar un alto precio por ella y que por cada narcotraficante que va preso aparezca otro que tome su lugar, la situación seguirá pareciéndose a lo que pasaba con Hidra, monstruo de la mitología griega que cada vez que le cortaban una cabeza, le salían dos nuevas.

De tal manera que los principales responsables del asunto están a miles de kilómetros de aquí, en la Casa Blanca. Estados Unidos gasta más de 30 mil millones de dólares anuales en la guerra antidrogas, en la que un millón y medio de pequeños y medianos traficantes (grandes, muy pocas veces) son arrestados cada año. Pero 78 millones de personas en ese país dicen haber consumido drogas y 80% de los jóvenes menores de 20 años opina que es muy fácil adquirirlas.

Si Washington diera su brazo a torcer, se daría cuenta que la solución pasa por utilizar los ingentes recursos que hoy tira al agua en financiar a gran escala cultivos alternativos que sustituyan a la hoja de coca. Hablamos de cifras serias, no los mendrugos que nos arroja anualmente para después desentenderse del problema y dejarnos, como hasta ahora, en la estacada.

LA RAZON

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