20.3.09

El síndrome del padre ausente

Por: Jaime de Althaus G

¿La emergencia de Keiko Fujimori en las encuestas representa acaso la nostalgia de una parte del pueblo peruano por lo que el argentino Guillermo O’Donnell llama la “democracia delegativa”, es decir aquella en la que débiles ciudadanos eligen a un “salvador de la patria” o a un “padre” a quien le delegan todo el poder para que gobierne como crea pertinente y sin el control de los demás poderes o instituciones? Es decir, ¿la nostalgia por un gobierno fuerte, eficaz, personalizado, cercano y con pocos límites.

Sin duda, algo de eso hay. Las encuestas del Latinobarómetro revelan que, paradójicamente, la población confiaba más en la democracia durante los autocráticos 90 que en los democráticos 2000. Identifica democracia con resultados. O con gobierno a secas. O quizá con cercanía o presencia del gobernante. El Estado es Estado encarnado, no institución abstracta.

Toledo fue democrático, pero fue un padre ausente y frívolo. Apeló a Pachacútec para ser elegido, pero una vez en el gobierno no regresó a los pueblos y abandonó los programas sociales. Y la orfandad popular engendró a Humala. García se concentró en atraer inversión y en gobernar desde Palacio. No se juntó con los pobres para liderar el progreso social. No dirigió la lucha contra la pobreza en el campo. Para ese fin, apostó deliberadamente por la vía institucional: acelerar las transferencias de funciones a los gobiernos regionales y locales, que sean ellos los responsables de la redistribución y el desarrollo local.

Es decir, apostó por la democracia institucionalizada, lo contrario de la delegativa. Sin duda, el camino correcto. Pero es un camino lento, de aprendizaje, que deja muy abierto el flanco de la ineficiencia mientras se consolida. Por eso, era necesario un término medio. Una conducción personal de ese mismo proceso o de programas sociales fuertes todavía centralizados. O de las reformas educativa y de salud. Ni siquiera es capaz hasta ahora de lanzar Sierra Productiva, un programa de eficacia probada para vencer rápidamente la pobreza.

Por eso, el turno podría tocarle nuevamente a Fujimori (a su hija). Pero ya no dentro de una “democracia delegativa”. No estamos en emergencia nacional y, salvo que vaya en alianza con otro grupo importante, si gana no tendrá mayoría en el Congreso y deberá cogobernar con las regiones. Tendría que personalizar e institucionalizar a la vez, combinando ambas funciones de alguna manera mutuamente fértil. ¿Sabrá hacerlo? ¿Tendrá inteligencia institucional? No hay constancia de que el fujimorismo esté elaborando este tema, que es donde se aloja su grave talón de Aquiles.

EL COMERCIO

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