10.3.09

Guillermo Thorndike

Tuvimos el honor de trabajar con Guillermo Thorndike cuando él dirigía este diario y quien escribe ingresó como editor general. Antes de eso habíamos conversado brevemente una sola vez: el aciago 26 de enero de 1983, día de la masacre de Uchuraccay, en que asesinaron entre otros recordados colegas a Jorge Sedano, de La República, que entonces dirigía Thorndike, y Amador García, de la revista Oiga, donde este columnista se desempeñaba como jefe de redacción.
Antes y después de eso, hasta nuestro encuentro en LA RAZÓN, solo sabíamos de él por sus libros y el magnífico trabajo que hizo en transformar La República de vespertino a matutino –con una suerte increíble además de su talento, porque era la época del Mundial de España, la guerra de Malvinas y las andanzas del “loco” Perochena– y en crear Página Libre, donde surgió una hornada de brillantes periodistas.

En ese diario –en nuestra modesta opinión uno de los mejores jamás hechos en el Perú– Thorndike supo también vislumbrar antes que nadie ese tsunami electoral llamado Alberto Fujimori. Quienes nunca se han resignado al cross a la mandíbula que el candidato del tractor le asestó en las urnas a Vargas Llosa y dicen resentidos que el por entonces desconocido ingeniero fue “inventado” por Thorndike, deberían leer la estupenda entrevista que le hizo Jorge Coaguila, publicada en La Primera en junio del año pasado (si no nos equivocamos, se ha convertido en la última que concedió). Allí cuenta cómo y por qué Página Libre captó antes que ningún otro medio lo que se venía.

De Thorndike, cuando trabajamos con él, nos impresionaron varias cosas. En lo personal, un sentido del humor, ora criollo, ora británico, su modestia pese a ser una leyenda viva del periodismo y las dotes de conversador infatigable, capaz de contar una anécdota tras otra por horas sin aburrir ni por un segundo a quien lo escuchaba. En lo profesional, la habilidad de saber delegar, la velocidad con la que era capaz de editar una nota que cojeaba de algún ángulo, el ojo para elegir la foto precisa y, sobre todo, la gracia y destreza que tenía para crear la portada.


Para Thorndike, titular era tan natural como respirar. Alguna vez Cortázar dijo que solo los grandes escritores son capaces de alcanzar ese estado y en contadas ocasiones. Pues Guillermo lo hacía a diario, de una forma que hacía que pareciera sencillo lo más difícil de este oficio: captar la atención del lector con cuatro o cinco palabras de impacto (y solía burlarse de los titulares solemnes de algunos medios, que llamaba “recuerdos de una noche de amor en Constantinopla” o, en breve, “redopla”).

También era, demás está decirlo, un gran escritor. Tuvimos el privilegio de leer en borrador el capítulo inicial de Los hijos de los libertadores, primero de una biografía en varios tomos, ahora lamentablemente inconclusa, de Grau, que escribía en la redacción en sus ratos libres y en la noches en su casa, robándole horas al sueño. Aquellos colegas envidiosos que critican sus libros (uno de ellos hizo añicos en su columna el último de ellos, sobre Raúl Villarán) jamás serán capaces de escribir ni por asomo obras tan estupendas como El año de la barbarie o 1879.

Nuestro más sentido pésame a su esposa, doña Charo, a su hijo Augusto (otro gran periodista, de raza viene el galgo) y a toda su familia. Hasta siempre, Guillermo.

LA RAZON

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