7.3.09

Perú-Chile, la clave de marzo

RINCÓN DEL AUTOR

Por: Hugo Guerra

En realidad, sereno lector, las insolencias del canciller santiaguino Alejandro Foxley en torno a temas internos de nuestro país ya no sorprenden a nadie, porque este mes es clave para el futuro de las relaciones entre Perú y Chile.

Son varios los hechos significativos en curso. Primero, fue la “preocupación” —infundada, pero efectista— por el uso de las aguas en el proyecto de Minsur en la cuenca del río Azufre.

Luego afloró la intrusión en la polémica sobre la entrada en vigencia del TLC, que aceptamos no sin advertir que los acuerdos comerciales solo propician la paz cuando se dan en condiciones de elemental simetría.

Entre tanto, queda pendiente lo medular: antes del próximo viernes 20 presentaremos ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya la memoria de la demanda que busca restablecer la equidad en el límite marítimo.

Esa inminencia tiene agitados a diplomáticos, militares y antiperuanos, porque para el “Día D” los chilenos quieren que nuestro agente en La Haya, el ex canciller Allan Wagner, se limite a una presentación anodina, casi de mero trámite. Algo imposible por las previsibles repercusiones mediáticas y porque se marcará en la relación bilateral un “antes y un después”, puesto que la solidez de nuestra posición no permite posturas blandas, entreguistas o forzadamente conciliadoras.

Frente a eso —y tras el precedente del fallo favorable a nuestra posición en el caso de Ucrania y Rumanía— es sabido que Chile no está dispuesto a resignarse ante un inevitable juicio prolongado (de tres años en promedio), por lo que intentaría presentar una “excepción preliminar” (procesalmente inadmisible antes de junio) en la pretensión de que la Corte Internacional se declare incompetente o no admita a tramitación el reclamo.

Eventualmente, pronto el embajador chileno en Lima sería llamado a consulta “administrativa”, en el intento de bloquear la toma de misión de nuestro nuevo embajador ante La Moneda, el notable Carlos Pareja.

En este contexto es posible que las relaciones peruano-chilenas bajen sustantivamente su nivel. De antemano, sin embargo, el mundo está notificado de que si se escalase en un escenario de tensión, la responsabilidad nos será enteramente ajena.

El Perú únicamente reclama sus derechos por vía jurídica internacional. Aquí, además, no se alienta esa ridícula carrera armamentista, imposible de ocultar en el doblez argumental de la propia señora Bachelet, quien antes de presidenta fue la ministra de Defensa más agresiva de la historia chilena.

Su planteamiento de una “relación inteligente” con el Perú —como hubiésemos querido tras el hito del APEC— se ha convertido en un estrepitoso fiasco por un canciller que como diplomático no ha entendido su misión de apaciguador de los roces internacionales, y como economista tampoco ha aprendido que los errores del chauvinismo se pagan con vidas humanas, como los crímenes de 1836 y 1879.

Los plazos de enmienda son cortos, pero ojalá Chile entienda que la única salida digna es aceptar hidalgamente lo que en su momento resuelva la Corte Internacional.

EL COMERCIO

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