3.3.09

Si vis pacem...

Una insoportable levedad se ha apoderado de la política nacional. Debates prematuros sobre alianzas electorales entre el APRA y la izquierda –resumidos por el siempre punzante Miguel Ángel en su caricatura de este domingo, cuando hace decir a García “cien o doscientos votos más no nos caerían nada mal”–; polémicas sobre el “Museo de la Memoria” –un lector acierta al anotar, en correo enviado a nuestro diario, que es un tema “frívolo, elitista e intrascendente”–; la ministra del Interior persiguiendo policías desnudas –en vez de buscar a quienes violaron su intimidad al colgar los vídeos en un portal pornográfico–; y, en fin, los medios corriendo detrás de noticias de poco peso como el choque de la camioneta de un ex ministro conducida por un valet parking y la esposa de un futbolista besando a otro hombre.

Mientras, se escamotean o presentan de manera triunfalista temas de fondo. Por ejemplo, la entrada en vigencia del Tratado de Libre Comercio (TLC) entre Perú y Chile. Tiene toda la razón el general Donayre cuando señala, en entrevista que por su importancia reproducimos íntegra en esta edición, que las relaciones económicas, financieras y comerciales sólo fomentan la paz cuando son simétricas y generan interdependencias y ventajas mutuas; caso contrario, son motivo de controversias, disconformidades y desacuerdos. Eso para no mencionar que se ha saltado a la garrocha al Congreso.

El TLC con Chile debió ponerse en la congeladora hasta que se resuelva el diferendo limítrofe marítimo planteado por Perú en el tribunal internacional de La Haya. O por lo menos hasta que las autoridades chilenas bajen el tono de sus arrogantes declaraciones en torno al diferendo. Lejos de considerarlo un gesto de buena vecindad, implementar el TLC en las presentes circunstancias va a ser percibido en Santiago como una muestra –más– de debilidad. La política de “cuerdas separadas” que practica el gobierno es un error.

Pareciera que en Torre Tagle han prendido las ideas postmodernas en boga en Europa, que, en la descripción hecha por el veterano diplomático británico Robert Cooper en el Observer, no descansan sobre el balance del poder sino en “el rechazo de la fuerza”, en “normas de comportamiento auto-impuestas” y en una “conciencia moral”. En Chile, en cambio, siguen aferrados a la raison d’état, a la amoralidad de las relaciones internacionales (una nación no tiene amigos sino intereses) y a la filosofía hobbesiana de que poder nacional significa poder militar, el único factor que determina quién pesa en el tablero regional.

Nos guste o no, lo cierto es que en este turbulento planeta ningún país puede apelar a las normas internacionales y al derecho si carece de poderío militar para respaldar su posición diplomática. Ser “buena gente” no cuenta. Juzgue el lector cuál de las dos posturas es la más inteligente, si la postmoderna peruana o la maquiavélica chilena.

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